Anoche asistí a uno de esos espectáculos de luz y sonido al aire libre que se suelen organizar estos días navideños para deleite de grandes y pequeños, sobre todo pequeños, naturalmente. La pantalla era una fachada del edifico del ayuntamiento de mi ciudad, casi cien metros de larga con tres alturas y toda ella repleta de amplios ventanales. Diez minutos repletos de luz, belleza y música repletos de simbología navideña técnicamente perfecta. Tan solo un detalle a señalar: el único elemento religioso que recuerdo, un angelote que apareció en un lateral para elevarse inmediatamente y desaparecer en la nada de la noche. El resto, se lo pueden imaginar: juguetes, juegos electrónicos, vehículos, cajas de regalos imaginarios, cascadas de luces, mensajes de paz y felicidad. Y, lo reconozco, hubo al menos dos momentos mágicos:
El de las hadas: cuando de pronto, de las ventanas virtuales laterales, una cascada de enormes juguetes caen a cientos, incesantes, sobre la multitud, mientras un niño pequeño, tal vez dos o tres años, a mi lado, se pone a gritar y agitar los brazos entusiasmado ...
Y el de las brujas: cuando, acabado el acto, la multitud se dispersa en todas las direcciones, atravesando los pasos de peatones sin solución de continuidad durante bastantes minutos; como resultado, decenas de vehículos atascados esperando el final de la riada humana. Y en todo ese proceso, observo, ni un solo caso de solidaridad humana, de cesión de paso para aliviar a las personas atascadas. Casi lo logro una vez con un comentario en voz alta , pero una pareja mayor, tal vez ya un poco dura de oído, invade la calzada y frustra mis buenas intenciones. Y me vino a la mente aquel cuentecillo en el que un explorador , tropezando con una manada de leones, para salir del paso, recuerda aquello de que la música amansa a las fieras, saca su flauta y consigue mantenerlos pacíficos durante un buen rato hasta que, de pronto, aparece un fiero macho melenudo que lo ataca y lo devora ante la sorpresa de todos. Y una de las leonas le dice a su vecina: ya estamos otra vez, ya ha vuelto a estropearnos otro concierto el sordo...
La dura realidad después de la bonita ficción.