A veces podemos preguntarnos por qué resulta tan sencillo y natural aceptar las premisas y métodos, los resultados y hasta las simples teorías en los diversos campos de la ciencia y por el contrario es tan complejo y difícil aceptar los mismos o parecidos componentes en las religiones. En cierto modo, podríamos afirmar que muchos de los humanos actuales son devotos seguidores de una ciencia única , la actual, sus dogmas y preceptos y son, a la vez, rebeldes y difíciles a la hora de aceptar su equivalente religiosa. Científicos poco religiosos. En cierto modo, puede llegar a entenderse. En efecto, la ciencia, como disciplina mental, tiene , en los humanos, unas características parecidas, y sus herramientas, la razón, el sentido común, la experimentación, son las mismas para todos. Lo mismo podría suceder respecto de la fe religiosa, pero la diferencia esencial, la causa de las dificultades, puede radicar en otro aspecto que vamos a examinar. Tanto la ciencia como la religión, en su acepción más amplia, coinciden en su objetivo inmediato: dar una explicación , dotar de sentido a la realidad. Pero divergen en la definición de realidad. La ciencia limita el concepto de realidad a lo tangible, visible y audible, lo sensible, lo experimentable, mientras que para toda religión bien establecida, la realidad abarcará lo tangible y lo intangible, lo físico y lo mental, lo natural y lo sobrenatural, el todo. La ciencia explica el mundo físico y la religión afirma explicar la realidad completa, el todo. Así visto, ambas materias coinciden solo parcialmente en sus objetivos pero difieren notablemente en sus métodos, pero hay una posibilidad de entendimiento: el todo para la ciencia se reduce a una parcela, el mundo físico, y es potencialmente ilimitado para las religiones. A favor de la ciencia deberíamos decir que su parcela de estudio es ampliable sin límites establecidos, llegando, en el mejor de los casos posibles, a extenderse hasta el mismo objetivo absoluto de las religiones. Si lo lograra, ambas materias coincidirían. Es más, podría llegarse a algún caso de civilización perfecta, en la que ambas, ciencia y religión, fueran una misma cosa. Esta situación perfecta e ideal, sin embargo, no podría llegar a darse en la Tierra actual, simplemente por exigencia de los padres fundadores de la que llaman ellos ciencia moderna, al exigir pruebas experimentales antes de aceptar un nuevo conocimiento, negando, de facto, la posibilidad de existencia a los conocimientos no experimentales, asunto que no deja de ser una petición absurda y fuera de toda lógica. Como ejemplo simple, muchos axiomas básicos relativos a la razón, no pueden probarse más allá de su aceptación universal y necesaria, como ocurre con los principios racionales, como el de identidad y el de no contradicción, y los relativos a la ética y moralidad universales ... Si aceptamos que ambas, ciencia y religión tienden, en común al conocimiento de la realidad en su sentido más amplio, podemos comenzar a examinar la cláusula de la necesidad de la prueba experimental para todo conocimiento posible. La Realidad ( con mayúscula en su sentido más amplio, que abarca lo sensible y lo no sensible, hasta el todo absoluto) no queda así reducida a un universo como el que nos rodea, en el que todos sus componentes conocidos obedecen a leyes precisas y se muestran dispuestos a obedecerlas sin excepción. La Ciencia ( del todo, con mayúscula) dirigiría ahora sus preguntas a todos los posibles objetos de estudio , a todos los niveles y en todas las circunstancias. Llegamos ahora a una postura uniforme. Solo quedaría validar los métodos de prueba que serían aceptables, incluidos los experimentables , desde luego, pero no en exclusiva, sino ampliables a los logrados por la razón, la experiencia e incluso, aunque suene extraño en el siglo XXI, la revelación. Así lograron, por ejemplo, los nativos americanos del siglo XV llegar al conocimiento de otras culturas, otros humanos y otros continentes... y, de facto, todos los humanos llegamos a la ciencia a través de la información recibida, revelada por otros. La validez de esos conocimientos deberá estar avalada por su fiabilidad, la experiencia anterior y su compatibilidad con el resto de conocimientos y, en cualquier caso, con los principios de la Razón.
Llegados a este punto, hemos de admitir que una buena Ciencia no debe estar limitada por condicionamientos ligados a su propia limitación actual sino, y solo en situaciones límite, por las exigencias de la Razón. Así hermanadas, Ciencia y Religión caminarían juntas en pos de un mismo objetivo: El conocimiento del Todo y nuestra relación con él, que daría sentido a la existencia de cuanto es o existe.
Otra conclusión de cuanto antecede es que cualquier religión que opte a considerarse apta para el consumo debe respetar dos condiciones previas: 1.- Pretender explicar el todo y sobre todo hacerlo , y 2:_ Ser compatible con los criterios de la Ciencia y de la Razón. Si no cumplen el primero, pasarán a la categoría de religiones parciales, particulares, filosofías más o menos complejas o creencias tradicionales, más o menos folklóricas o serias. Si no cumplen el segundo, fundamentalmente si son incompatibles o contrarias a los principios de la Razón, deberían ser cuidadosamente analizadas antes de proponer su reclusión, cuando proceda, en el Gran Museo de las creencias antiguas.
Corolario: independientemente de que la ciencia actual derive o no en Ciencia del Todo, las religiones actuales deberían examinar seriamente si son tales, explicando el todo y respetando ciencia y razón o son simples filosofías que lo pretenden, y si sus objetivos y métodos contradicen algún principio racional o axioma moral, de modo irreversible. Como resumen final, concluiremos afirmando que solo una Religión puede llegar a ser completa y consistente y sin conflicto con la Ciencia. Ambas en busca de la Verdad.