No es fácil, para un católico actual, escribir sobre el judaísmo. Si eres un experto, enseguida caerás, probablemente, en tecnicismos y precisiones poco atractivas; si eres un católico de a pie, solo podrás aportar generalidades que, a menudo, pecarán de incompletas o incluso falsas. Mientras me debatía en esta alternativa, tuve que asistir a la misa dominical. El Evangelio de hoy presenta a un Jesús debatiendo con los judíos de su época sobre precisiones rituales y el origen del mal en el ser humano. Ya de vuelta en casa, abro el Nuevo Testamento un poco al azar y leo Romanos 11 (23-32). Como creyente, no creo en casualidades, como no creo en el azar. Dos alternativas, dos aportaciones , una de Marcos y otra de Pablo. En el Evangelio de hoy, resaltemos: Marcos (7,1-8,14-15,21-23) : Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» ( Is. 29,13)
Y en mi lectura ocasional ( Romanos 11), Pablo indica que la reprobación delos judíos no es universal, ni es absoluta,ni tampoco perpetua. Dos temas, dos visiones, dos caminos de salvación. Para tratar del Judaísmo, seguramente deberemos tener siempre presentes ambas escenas: una religión muy centrada en el cumplimiento de los ritos mosaicos y en el respeto a las costumbres ancestrales, y el nuevo punto de vista del mensaje evangélico, pendiente de aceptación, que pone el énfasis en la limpieza del corazón...
Y ahora, con el permiso de los lectores, voy a rezar el rosario, donde pediré a la Madre de todos que se termine si es posible, ya, esta triste separación de las dos religiones hermanas.