Adiós Plutón, adiós. Sigues ahí, pero ya nunca serás el mismo pequeño planeta misterioso, lejano y casi oculto en los arrabales del sistema solar, como un viejecito entrevisto a lo lejos, siempre seguido de su fiel perro, Caronte, paseando incansable desde no se sabe cuánto tiempo a la luz de un sol lejano y frío que apenas llega a alumbrarlo. El clamor de la llegada se ha terminado, los actos festivos , saludos y aclamaciones, sesiones fotográficas y entrevistas han acabado y ya solo queda el olvido, como en una semana se olvidan en un trastero los juguetes del día de Reyes. Debes, Plutón, dejar paso a nuevas emociones, nuevos descubrimientos, tal vez un nuevo bosón o una Wimp , maravillosos durante unos días, una semana a lo sumo, antes de volver al silencio en que existieron durante , digamos trece mil millones de años. Vivimos un mundo repleto de emociones pasajeras, de descubrimientos tan espectaculares como efímeros, tan pasajeros como la emoción de vencer en una partida virtual del juego de moda, esclavos o devotos al menos de una tecnología que nos abruma de información mientras nos encadena a sus encantos y sus requerimientos, robándonos el tiempo que deberíamos dedicar a las prosaicas tareas de escuchar a los demás, de charlar con los vecinos , cocinar la cena, leer a medias un buen libro o simplemente reposar, ensoñadoramente, imaginando mundos donde el tiempo infinito se enrosca placentero sobre sí mismo, sin prisas, sin esfuerzo, sin tareas y sin noticias de Plutón, el Olvidado.