Hace unos doce días, Julen, un bebé de dos años, caía en Totalán, Málaga, España, a un pozo de más de cien metros de profundidad y 25 centímetros de diámetro de una prospección fallida en busca de aguas subterráneas, se supone que en un descuido de sus padres. Al parecer el pozo carecía en ese momento de tapa o de otro sistema de seguridad. A fecha de hoy , demasiados días más tarde, y a las siete de la tarde hora española un equipo de mineros se afana por llegar hasta el niño, ( les faltan 85 cm. y una roca de cuarcita cruzada en su camino ), trabajando en una galería de un metro de lado, a 72 m de profundidad, desde otro pozo vertical de un metro de diámetro excavado urgentemente a cuatro metros del pozo de caída. Maquinaria pesada, equipos de bomberos, mineros, policía , guardia civil y otros profesionales con todos los medios a su alcance , incluyendo microvoladuras para destruir las rocas halladas una y otra vez en las perforaciones, están a punto de, se supone, salvar lo que quede del pequeño, con la esperanza remota de encontrarlo aún con vida. Médicos y expertos se muestran pesimistas al respecto sobre todo por la inevitable deshidratación , a la que añadir la falta de alimentos durante tanto tiempo y las posibles heridas y traumatismos asociados a una caída a gran profundidad.
Ante esta perspectiva, algunas gentes se preguntarán , en medio del dolor general y como sucede a menudo en estos casos, como es posible que Dios permita esta desgracia en un niño inocente. Esta cuestión se viene tratando en este foro “ Dios y el problema del mal”, y seguramente tendremos ocasión de continuarla en algún otro comentario, dada la importancia mediática que ha tenido y tiene este caso.
Un primer comentario que se nos ocurre de inmediato es que muchas de las tragedias humanas conocidas han tenido y tienen su origen en fallos de los actos humanos, en descuidos, errores o, a veces, maldades cometidas deliberadamente. Sin pretender juzgar este caso concreto, hay muchas posibilidades que podrían provocar casos como éste, como por ejemplo, descuidos paternos, travesuras infantiles, falta de elementos de seguridad , descuidos del constructor, falta de autorización motivada , riesgos ambientales no tenidos en cuenta, actuaciones temerarias o peligrosas, y un sinfín de otras posibilidades. Si tenemos en cuenta que la naturaleza, las leyes físicas, Dios en resumen, suelen gobernar los fenómenos del cosmos con bastante constancia, eficacia y seguridad, no podemos esperar que, cuando dejamos un fuego encendido en el suelo y un niño cerca sin cuidado, el niño no se queme jamás, gracias a una intervención divina especial en cada caso, mientras el causante del peligro se inhibe de su responsabilidad…
Tal vez el tema al que nos referíamos debería ser enunciado de otro modo, tal como “ Dios, las acciones humanas y el problema del mal”, no sea que el bebé se caiga de la cuna porque el fabricante no apretó los tornillos adecuadamente o porque la mamá no subió el lateral que protege a los niños de las caídas, y Dios cargue con la culpa del chichón del nene una vez más. Los humanos somos así. Y sí, también debemos considerar el mal moral y, hasta cierto punto, el mal del maligno, ese de quien casi nadie habla y al que le encanta, como a la mayoría de los delincuentes, esta circunstancia. Pero no parece que tenga mucho que ver con un niño de dos años.