La acequia está en el paro primaveral , su paro anual, el de mantenimiento obligado, para limpieza y reparaciones. Por supuesto, no la he inscrito en las oficinas de paro correspondientes , tan abundantes para los humanos en este país y esta época, aunque creo que, si esto sigue así, la pandemia y sus repercusiones acabarán afectando hasta a las acequias. Lo que suele ocurrir en estos casos es que el período de descanso dura poco, un mes o dos como mucho, que se emplea en dragar los fondos, eliminar barro y depósitos de arena y, a veces, solo a veces, mejorar estructuras y tapar fugas. Y este año, además, ocurre que llueve generosamente y las aguas nuevas, aun innecesarias, se pierden río abajo hasta el embalse que las termina recogiendo. Estos días la he visto serena y tranquila, adornada con las burbujas de la lluvia fuerte de esta primavera, ofreciendo el don de sus aguas a una tierra fresca y húmeda que no las necesita. Pero esta situación pasará. Los soles de Junio , y si no, los de Julio, terminarán imponiendo su ley, se acabará el paro y tornará a su diario quehacer de repartir agua y vida a su alrededor, como hizo siempre. Como deberíamos hacer los humanos.
Ayer llovió abundantemente. Una fuerte tormenta primaveral acreció las aguas, que durante varias horas bajaron teñidas de sienas, ocres y verdes de algas y hierbas arrancadas. Hoy, hacia mediodía, mientras hago mi visita diaria a la acequia, por comprobar , rutinariamente, su estado y caudal, me sorprende una escena poco habitual: en medio de la suave y ya limpia corriente , anclada a un pedrusco que reposa en el centro del cauce, se balancea, como un bote en el puerto , una vieja puerta lacada en blanco, con su marco, sin el cristal que seguramente llevó durante años. Un poco más arriba, a unos quince metros, también varado, algo oscuro, geométrico, recio y fuerte como una viga. Es en efecto un trozo de viga de madera, de dimensiones aproximadas 40 x 40 x100 cm. Un verdadero coloso. El agua rodea su cintura pero es incapaz de moverlo. Alguien ha aprovechado la oscuridad de la noche, aguas arriba, para dejar en la acequia, como si de un vertedero se tratara, los trastos y residuos que le estorbaban…
No voy a criticar al que lo haya hecho. Bastante tiene con ser capaz de hacerlo. Pero sí debiera criticar a quienes alardean de amor a la naturaleza, se erigen en nuestros representantes para defenderla, cobran de ello y después , en resumen, permiten que casi todo siga igual, y se ensucien los cauces de ríos y acequias, los ribazos y los caminos, y florezcan, es un decir, pequeños vertederos en cada rincón ... y poco o nada cambie o se arregle hasta que, eso sí, de pronto, casi milagrosamente, cambian de talante, se preocupan por todo y de todos y hacen renacer nuestras esperanzas… hasta que descubrimos, de nuevo, que las esperanzas solo se nutren del hecho de que se aproximan las siguientes elecciones. Entonces, como en una nueva primavera, florecen otra vez las viejas promesas y los emocionados discursos y loas a la madre Naturaleza y a la belleza de nuestros hermosos países, belleza que prometen, muy seriamente, defender, desde hermosos despachos y mullidos sillones. Esas falsas primaveras son siempre cuatrienales, o sea, cuatrianuales .
Pero hoy no era el caso.