Autor Tema: Diario de la acequia de mi huerto  (Leído 7711 veces)

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #15 : Octubre 02, 2020, 01:15:11 pm »
El verano (boreal) se ha ido y con él los soles agobiantes , las tormentas de polvo y el canto obsesivo de las cigarras en los secarrales. Y con el otoño han llegado las uvas, los rojos pimientos dulces o picantes, las hermosas manzanas vestidas de mil colores. Tendidas en el suelo donde nacieron, duermen las orondas calabazas a la espera de la ya próxima recolección. Todo el huerto respira quietud y plenitud.
Allá arriba, en la cabecera de los ríos, entre peñascos y pinares, han cerrado ya las compuertas de los embalses y las aguas han vuelto a su estado natural. Por mi acequia discurre ahora, que apenas se riega, un agua limpia, suave y tierna, como recién creada. Hermosa, aunque triste. Triste, porque sigue sin vida, brillando en las noches bajo la luna, susurrando sus viejas canciones de solo un par de notas reiteradas y profundas, acariciando los muros y arrastrando leves nubecillas de arena por los fondos, pero ausentes las pequeñas luciérnagas de sus orillas, los tímidos luciones paticortos, las ranas croadoras, sus pececillos de plata, todos los viejos amigos que tuvo y ya no están...

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #16 : Octubre 06, 2020, 03:52:09 am »
Se termina el ciclo. Estos días alguien ha eliminado todas las hierbas y hierbajos de las orillas de mi acequia mediante el expeditivo método del herbicida, supongo, dada la radical limpieza efectuada. Esto de los herbicidas, como los insecticidas,  es bastante curioso. Si acudes a una tienda especializada en productos para el agricultor, encontramos toda una batería de ellos, cada uno enemigo mortal de una o varias especies de animalillos o plantas parásitos , tan eficaces y silenciosos como letales. Cargado con mi máquina pulverizadora, reumático y bajito , debo parecerles un gigante relativo y relativista que imparte vida y muerte ( excepto la suya propia ), casi a voluntad.
En cierta ocasión cayó en mis manos un manual con un estudio pormenorizado de los efectos y los riesgos de los productos fitosanitarios más utilizados. El panorama era tan lúgubre que, de pronto, caí en la cuenta de que el estante de mi pequeño almacén huertano, visto a la escala de sus potenciales víctimas, debería parecerles un inmenso arsenal que guardaba muerte en potencia para miles, millones de pequeños ciudadanos de mi huerto.
Tanto fue así que, desde entonces, solo los utilizo en casos extremos. Ayer mismo, por la tarde, bajo una fina lluvia, vi a algunas de mis queridas judías verdes ( lo que queda de ellas en Octubre ), ahora casi negras, cargadas con millares de pequeños pulgones oscuros, cebándose en las más delicadas, las hojas aún tiernas y las pequeñas vainas. Y tengo que elegir. O la planta que me alimenta o el pequeño insecto que se alimenta, como yo mismo , de ella. Aún no lo tengo claro pero cada vez me inclino más a utilizar medios más inocuos. Estoy pensando en experimentar con un fuerte chorro de agua que los expulse de la planta, aunque, bien mirado, viene a ser casi lo mismo : para comer unos, deben morir otros. Maravilloso perro mundo.

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #17 : Octubre 14, 2020, 05:48:43 am »
Hoy he descubierto, inesperadamente,  la influencia que también tiene en mi huerto el muy próximo, verdadero y nunca discutido efecto invernadero.  Y creo que es porque he recordado que una vez, siendo niño, nuestro profesor nos contó que , si la tierra fuera del tamaño de un huevo de gallina, los seres vivos habitábamos sobre la parte sólida, proporcionalmente tan gruesa o delgada , según se mire, como su cáscara. Debajo, todo era fuego. La semejanza me dio un poco de miedo durante unos días pero, visto que todo seguía igual, me tranquilicé y llegué a olvidarlo. Hoy he recordado y comprobado que esos fuegos internos, aunque lejanos para nuestro modo de valorar distancias, están presentes de algún modo.
Esta mañana , bien avanzado el otoño, he echado un vistazo, una vez más, a mi pequeño invernadero, un habitáculo autoconstruido con perfiles cuadrados de hierro de 12 mm y plásticos, donde germinan mis semillas más delicadas y cuido, como en un pequeño hospital, a las plantas más hermosas, a las recién llegadas y, en definitiva, a las más necesitadas.
Encima, sobre la placa ondulada que suele intentar el vuelo siempre que el viento se muestra implacable,  parte de la lluvia de ayer estaba atrapada en preciosos cristales de hielo matinal que he tenido que desalojar previamente. Aunque ahora mi invernadero está casi vacío, tengo dentro, al abrigo del viento del noroeste que sopla desabrido y a ráfagas desde el mar Cantábrico , unas habas germinando y, recogidos en pequeñas cajas, durmiendo su ancianidad,  unas cuantas docenas de tomates, verdes o amarillos, que maduran lentamente; hoy he recogido tres o cuatro ya enrojecidos, listos para cocinar. Y no me explico cómo pueden hacerlo mientras sobre ellos desfilan cada día, en el otoño gélido y sin sol de este año, borrascas y vientos, heladas y, por esta vez, hasta  las primeras nieves. Tiene que ser el tenue calor que sube desde el interior de la tierra el que cada día y cada noche mantiene mi invernadero, con o sin sol, bien aislado del exterior, latiendo lentamente, pero vivo. Del mismo modo, las bodegas que rodean mi huerto, donde guardan los vinos mis vecinos, mantienen invariables sus diez o doce grados, sin que los modifiquen visiblemente las variaciones estacionales, que en el exterior pueden ser desde los diez grados centígrados bajo cero a los cuarenta, en lo más florido del verano.
Y es que, si conseguimos aislarnos de la turbulenta superficie de nuestro mundo y nos refugiamos en la cáscara de este huevo cósmico que habitamos, casi todo se vuelve relativo, el frío y el calor, la tormenta y la calma. De las entrañas ardientes de la madre tierra sube hasta nuestras bodegas y hasta mis tomates parte de su enorme calor y mantiene el invernadero, si no caliente, sí lo suficientemente templado como para permitir que la vida continúe. Por eso, casi escondidas en su rincón, las pequeñas habas también han despuntado mostrando al aire, eso sí, con cierta timidez,  sus hojuelas. Y otros miles de semillas que no alcanzo a ver dormitarán también en él, esperando al sol de la primavera, agradecidas, cómo no, a este sencillo, discreto y siempre presente, efecto invernadero. 

« Última Modificación: Octubre 14, 2020, 10:10:20 am por petrusdoa »

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #18 : Octubre 21, 2020, 01:19:49 pm »
Hoy, por razones que no vienen al caso, he tenido que ir a hacer unas labores en un viejo olivar, o al menos eso es  lo que parecen anunciar muchos de sus árboles.. No hay en él acequias ni ríos, tan solo, en un lateral, hacia el este,  una gran charca profunda y oscura , casi un pozo, donde mana un agua fría, gris e inmóvil, casi muerta. En primavera se atreve a adornarse, coqueta, con un par de escuálidas ranas y alguna libélula tornasolada y, durante todo el año sirve, práctica y benevolente, para saciar la sed de los rebaños de ovejas y algunas cabras que deambulan por la zona..
Hay en ese olivar casi noventa hermosos árboles, de todas las edades, la mayoría de más de cien años, algunos probablemente con más de quinientos, como lo anuncian sus troncos nudosos, gruesos y retorcidos y su enorme copa,  preñada de pequeños frutos madurando al escaso sol  otoñal.
No se riegan, beben de las lluvias y de la humedad que encuentran sus largas raíces muchos metros bajo tierra , allí donde fluye en secreto el agua de la charca antes de nacer a la luz. Los hay generosos de fruto y de sombra y , como entre los humanos, otros,  remisos a dar otra cosa que trabajo y esperanzas.
A alguno que tiene el tronco muy dañado, apenas una corteza en torno a la nada del hueco central, le estoy permitiendo desarrollar un nuevo vástago. En cuatro o cinco años, ese hijo de sí mismo, clon de clon, lo sustituirá. El viejo tronco, como una ropa usada, desaparecerá en las entrañas de cualquier estufa de salón mientras de sus mismas raíces brotará su nueva forma vital, un joven olivo con otros cinco siglos de expectativa de vida. Maravillosa inmortalidad la de este árbol . Conoció a mis antepasados  cuando ya era un olivo viejo y en su forma renacida podrá conocer a mis descendientes cuando ya ni siquiera exista memoria de mí. Aunque tal vez, en algún gen perdido en sus células, una pequeña secuencia recite un recuerdo agradecido a Petrus, el bípedo que muchos años atrás le permitió sobrevivirse a sí mismo.


piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #19 : Octubre 27, 2020, 12:33:38 pm »
Una nevada inesperada ha cubierto mi huerto con su precioso manto blanco, poético para los humanos pero peligroso para los animalitos, que suelen hacer del mimetismo y la ocultación su principal seguro de vida.
A lo largo y ancho del huerto, descubro rastros de patitas y colas, colas y patitas, de aves y pequeños mamíferos, ratones, algún conejo y mi omnipresente gato. Como durante el día no se les ve, supongo que  esta noche pasada todo habrá sido un incesante ir y venir, subir y bajar, oler, correr y resoplar, un interminable juego mortal del te veo y no me ves o el jaque mate del te pillé, por fin, y te como.
Así las cosas, he subido yo temprano a mi pequeña terraza por las empinadas escaleras cubiertas de nieve impoluta, si no fuera por unas pequeñas marcas, únicas, escalón tras escalón, que denunciaban la subida, a saltos, de un  roedor, cuatro hoyuelos de apoyo y,  en el centro, detrás, una delgada línea para la cola.
Y así hasta arriba. Y en efecto, allí estaba otra vez , mi amiga la ratita de campo, ligera  de cuerpo y rojiza de manto, medio oculta tras la portezuela del armario de venenos y similares, royendo estrepitosamente la última nuez que acababa de robarme de la caja aparentemente inviolable donde las guardo. Era tal el ruido que hacían sus dientes tratando de violar la dura cubierta de la nuez que no me oyó ni me vió hasta que yo la había visto, apenas quince centímetros de hocico a cola, los ojos vivos, apenas entrevistos antes de , con un salto, desaparecer en dirección desconocida, pasando por resquicios por los que, razonablemente, no debería poder pasar.
Varias veces he tratado ya de cazarla, empleando mis mejores recursos, sin fortuna,  y sé que sigue por aquí,  porque de vez en cuando, al subir, oigo sus carreras entre las cajas y los cartones almacenados. Como ya no tiene apenas nueces a mano y los maíces de hacer palomitas los he colocado bien altos, colgados en  bolsas que antes tuvieron naranjas,  supongo que acabará probando mi oferta definitiva: un delicioso queso, de exquisita finura, aunque, confieso, puede resultarle algo indigesto. Ya les contaré algún detalle más , si tal cosa ocurre, aunque sospecho que la partida va a terminar en tablas, como en otras ocasiones. Al fin y al cabo, ella siempre ha vivido aquí.
Al margen de estas pequeñas aventuras y desventuras, la acequia sigue hibernando como una serpiente negroazulada, bien encajada en su lecho y respirando apenas un hilo de agua que me recuerda que sigue allí, fiel,  a la espera de que su vecino y amigo el almendro le señale con su semáforo de flores blancas, que es hora de desperezarse y revivir otra primavera.

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #20 : Octubre 31, 2020, 11:53:13 am »
En efecto. La partida ha quedado en tablas. Otra vez tablas. Yo había preparado mi peón, un hermoso trocito de queso maduro, blanco y oloroso, y mi torre, una preciosa jaulita de puerta de muelle, estratégicamente colocada de modo que la reina enemiga, mi querida ratita huertana, esbelta y hocicuda, nerviosa e inteligente, entrara al cebo, se cerrara la puerta y cayera en mi red.
Cuando volví, al día siguiente, mi peón de queso había desaparecido y la jaula torre, con la puerta misteriosamente cerrada, seguía allí, inerte y vacía. La reina ratonil escapó de nuevo. No sé cómo pudo hacerlo, entrar, coger el queso, salir y cerrar la puerta, supongo que educadamente. No la he vuelto a ver pero imagino su sonrisa cada vez que me vea, desde cualquiera de sus refugios,  afanarme entre cañas, sarmientos y barro. Pero que no se fíe. Un día de estos reanudaremos la partida.
Mientras tanto, y después del  huracán del último fin de semana , aunque modesto, pero huracán, me entretengo en reponer las cosas más o menos donde estuvieron. La fila de jóvenes piceas que me sirve de seto marca ahora una ligera pero evidente reverencia, mientras un pino, de cinco o seis metros de altura, se ha escorado casi cuarenta y cinco grados hacia el Este y ahí se quedará, como testigo de que la Naturaleza es más fuerte de lo que parece. Los demás árboles han resistido aceptablemente, rama más o rama menos, e incluso el invernadero, con ese aire de saltamontes metálico que siempre ha tenido  , sigue con sus seis patas bien clavadas al suelo. Tal vez tenga que reconocer, siendo escéptico en el tema, que el calentamiento de la atmósfera, su incremento de energía al fin, se empieza a manifestar de una forma contundente. En efecto, el vendaval pasó durante horas, envuelto en un trueno continuo, como en una pesadilla, doblando torres de conducción eléctrica como si fueran de plastilina, arrancando árboles, desgajando tejados y derribando muros. Una exhibición de poder. Lo nunca visto por estas latitudes, cerca del paralelo 43º N.

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #21 : Noviembre 11, 2020, 06:00:45 am »
Hay en mi casa en la ciudad ( la única que tengo ), una serie de trasteros en la última planta del edificio , que usamos los vecinos para almacenar las cosas que se utilizan poco o las que no nos caben en los armarios. Tengo la suerte de que el mío es el que da salida al tejado y sus servidumbres, a través de una pequeña terraza de unos diez metros cuadrados, abierta en su soledad y aislamiento a todas las luces, al sol y al viento , sobre los tejados de la ciudad, con hermosas vistas a las montañas del entorno.
Aunque ahora mi huerto absorbe casi todas mis horas libres, hubo un tiempo en que esa terraza fue su sucedáneo. Descubrí la hidroponía ( cultivo en agua) y me aficioné a ella. En unos tubos de PVC convenientemente dispuestos, con agua y sales adecuadamente dosificadas, cultivé lechugas, habas y tomates, hice experimentos de todo tipo e ideé docenas de pequeños artilugios para mejorar el rendimiento, siempre escaso, de mi huerto artificial. Allí pasé muchas horas cultivando, observando y aprendiendo cómo la vida es capaz de salir adelante en ambientes tan poco adecuados como un recipiente de plástico y una disolución de sales más o menos conseguida. Y leyendo,  largos ratos, esos humildes libros que pueblan los trasteros, casi olvidados desde que fueran leídos por primera vez, años antes, pero conservando, como una fruta anciana pero milagrosamente fresca, todas las esencias que los hicieron hermosos y útiles.
Y ahora, en este largo y crudo otoño, de lluvia diaria y alguna que otra nevada incipiente que no me ha permitido sembrar ni siquiera los ajos o las humildes habas , en el que la tierra es solo un amasijo de barro en el que se hunden las pisadas sin remisión, he recordado mi humilde huerto hidropónico, todo él ciencia y artificio, afición y cuidados continuos, con la sospecha de que, tal vez andando el tiempo, los achaques me obligarán de nuevo a recluirme en él y reanudar aficiones casi olvidadas.
Recuperaré así  ese diminuto trozo de paraíso urbano, con las montañas, los tejados y mis plantas como entorno, una hamaca a la escasa sombra de la chimenea o el alero, y todos los viejos libros del trastero a mi disposición... ¿ Qué más puedo pedir ?

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #22 : Noviembre 19, 2020, 04:45:11 am »
Tengo un nuevo vecino, o nuevo inquilino, o parásito, ya se irá viendo . Desde hace unos días, tal vez un mes, mi acequia tiene un nuevo vecino. Es un personaje que ya algunas veces se dejó ver por esta zona, más bien de manera esporádica, solo o en pareja, pero que nunca echó raíces, ni pagó rentas ni pechó con impuestos...
Hace unos años, tres o cuatro a lo sumo, una pareja se instaló en mi huerta, que visitaba puntualmente cada mañana. Se daban una vuelta por mis cebollas, nunca me robaron ninguna, mis acelgas y sobre todo los frutales. Como son más bien pequeños y no llegan ni a las primeras ramas, aprovechan más bien los frutos que caen y los restos que de una u otra forma van quedando a su alcance. En un par de meses desaparecieron sin dejar rastro lo que, tratándose de ellos, es un buen síntoma.
El recién llegado, ahora lo se, se ha cebado estas últimas semanas en dos filas de zanahorias que iba desenterrando yo pacientemente. Al tiempo que se secaban al sol, él repasaba concienzudamente las mejores, dejándome, eso sí, siempre, una parte para que yo pudiera deleitarme también con su exquisito sabor dulzón con un toque exótico de amargor y aroma floral.
Ayer, por fin, se dejó ver. Era ya el atardecer y apareció de pronto a la vera de los plásticos de un pequeño vivero al borde de la acequia. Se quedó mirándome y como me vió inmóvil debió creer que era parte del paisaje. Fue y vino, subió y bajó, con ese aire a menudo caótico e indeciso de los animales, siempre vigilante, enhiestas las orejas, listo para huir a la carrera al menor atisbo de peligro.
Parecía sano y joven. Parece que, por fin, según dicen, van venciendo a la terrible mixomatosis que los diezmó.
Mi nuevo vecino, el conejo, con permiso de los hurones y los perros del vecindario, tiene el mío para rondar por mi huerta siempre que no cometa excesos. Sabe que le puedo sacar tarjeta amarilla. En cuanto a la roja, tiene la ventaja de que la ley de caza le protege, al menos por ahora. Si se porta bien, le dejaremos vivir tranquilo en su cuevecilla del talud de la acequia, poco acogedora, con humedades, sin calefacción pero, eso sí, pagando un módico alquiler, en especie, en forma de abono , tan escaso en estos tiempos de crisis pero que suele dejarme, aquí y allí, en pequeñas bolitas , al pie de las plantas que visita. Bienvenido, hermano conejo.

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #23 : Noviembre 29, 2020, 05:41:22 am »
El melolonta es una plaga que daña las raíces de algunos cultivos y los brotes más tiernos de los frutales , muy difícil de eliminar. Pero su discreta vida lo hace casi invisible para los humanos y eso le ha permitido sobrevivir sin problemas hasta hoy. El melolonta es un escarabajo, de unos tres centímetros de longitud, de tacto aterciopelado, color marrón claro, casi tan grueso como largo, que surge misteriosamente del suelo a partir del mes de abril. En las solitarias horas del atardecer en los campos , cuando está casi oscuro, se le oye zumbar entre la hierba, ensayando su primer vuelo apenas unos segundos, mientras busca un hueco por donde elevarse. Al cabo de unos días, cuando se termina la eclosión, cientos de pequeños agujeros en el suelo, de un par de centímetros de diámetro, dan fe de su salida de la madre tierra.
Hoy he vaciado mi montón de compost anual, antes de comenzar las labores de primavera. En un rincón apartado, amontono pacientemente todos los restos orgánicos que pueden volver al huerto como abono natural, hierba del cortacesped, restos de calabazas, fruta estropeada, hojas de puerros, cebollas, acelgas, todo , en fin,  lo que puede proporcionar a la tierra un poco de abono orgánico. Este año se ha añadido la producción de una pequeña máquina cortadora que trocea los restos de poda y permite añadirlos al compost, con el valioso aporte del rico carbono de la celulosa.
Al final ha sido un hermoso montón de más de cien kilos de material oscuro, esponjoso, indefinidamente vegetal, con un olor recio pero agradable a mohos y tierra fresca, a naturaleza muerta y, a la vez,  llena de vida.
Y allí estaba el melolonta, esperando a abril, enroscado sobre sí mismo, en una letra ce perfecta,  una hermosa y robusta larva de casi cinco centímetros de longitud por uno de diámetro, marrón clara desde la cabeza hasta la mitad del cuerpo y blanco el abdomen protuberante, repleto de alimento. Uno, dos, tres, hasta quince o veinte vivían su apacible vida larvaria en mi montón de compost. Una carga de proteína animal nada despreciable, si fueran comestibles, que tal vez lo sean y solo cuestión de tener suficiente hambre, supongo.
Luego, en las tardes de mayo, cuando la suave brisa del anochecer invita al descanso bajo los árboles, los melolontas se reunirán, como todos los años, en bandadas, como tenues nubecillas oscuras, sobre las cimas de los chopos cercanos, hasta que la noche los oculte. Entonces se les oirá bajar y revolotear en la oscuridad con un vuelo pesado y rumoroso, tropezando con las hojas y las ramas de los frutales, aquí y allá , como duendecillos asustados, o como ladronzuelos cogidos in fraganti. Al día siguiente, y durante un par de semanas, las hojas más tiernas de los brotes terminales  aparecerán mordisqueadas o comidas...
Yo tengo mi huerto desde hace unos años, y antes fue de mi madre y mis abuelos y ...,  pero seguro que ellos estaban aquí antes de que nosotros, los humanos, decidiéramos que la tierra era nuestra. Estoy seguro de que el melolonta no se ha enterado todavía y cree que mi huerto es suyo.

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #24 : Diciembre 02, 2020, 10:58:06 am »
Allá por el ya lejano marzo, el almendro encendió, por fin, los semáforos de sus flores y, de pronto, los demás habitantes de mi huerto se apresuraron a despertar.
Las yemas de los perales, los nectarinos, los melocotoneros, los ciruelos y los cerezos, incapaces de soportar la presión de la savia primaveral, explotaron en una apoteosis floral que vistió de blanco y rosa todos los rincones de mi huerto.
Solo uno, un humilde y desconocido arbolito de poco más de un metro de altura y tres o cuatro años de edad, indiferente a la alegría y el brillante colorido de la primavera, se vistió una vez más y humildemente de verde sin adornarse siquiera de una flor. Había nacido a la vera de un macizo de yedras y parrales, como una presencia inesperada, como un pariente que llega sin ser invitado ni deseado.
Nunca llegué a conocer su origen ni su especie. Tal vez fuera un guindo, de pequeños frutos rojos y ácidos, por la forma de sus hojas y el color de sus ramas , pero, a falta de frutos y flores, su filiación no consta en los anales del huerto. Será como uno de esos infantes no nacidos en cuyo registro no consta nombre ni filiación, como si jamás hubieran sido concebidos. Nació para morir apenas nacido, tal vez por haberlo hecho en un tiempo y lugar cuando y donde el rendimiento en fruto es condición indispensable para obtener el derecho a vivir.
Lo arranqué hace unas semanas y hoy su leña, escasa, se seca al sol otoñal, cuando se digna brillar, esperando la estufa del próximo invierno. Sentí pena por él, esa pena indefinible que nos produce la muerte de un ser inocente cuyo único delito pareciera ser , a menudo, haber nacido o vivido en el sitio equivocado.
Si existe un cielo para ellos , espero que mi arbolito haya recuperado allí el derecho a vivir que en esta tierra se le ha negado, y tal vez más adelante, el dueño del huerto pueda explicarle entonces su tristeza

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #25 : Diciembre 07, 2020, 03:24:33 am »
Era realmente una guerra. No declarada formalmente, pero guerra. Como mi enemigo era y es y parece diminuto pensé al principio que podría acabar con él y sus desaguisados en pocos días, pero llevaba ya un par de semanas de batallas continuas y  no estaba muy seguro del desenlace. Las primeras escaramuzas empezaron en un par de filas de habas de las que me surto en primavera a falta de otros productos más apetitosos. Un buen día, con los frutos verde claro apuntando desde el fondo de las flores, aparecieron algunos diminutos pulgoncillos negros, estratégicamente colocados en los brotes terminales, dos ahí y dos algo más abajo... nada especial en apariencia. Total, cuatro pulgones a un miligramo por docena, poco daño pueden hacer, y como todo el mundo tienen derecho a comer... Me sentía como un diosecillo agrario, benévolo y protector, pastoreando su pequeño rebaño de seres indefensos y amables.
De pronto, a los dos días, ya no eran dos, sino doscientos en cada brote. ¿ De dónde habían salido ?.  Y no solo en los brotes, ahora se habían instalado en los troncos tiernos y ¡ esto es ya intolerable ! , en las mismísimas pequeñas vainas que son mi alimento. Cuidadosamente alineados , se nutrían de los jugos de las plantas, mis plantas, sin haber sido convocados, invitados, sembrados, ni siquiera autorizados , sencillamente se comían mis habas sin remordimientos ni modales.
Y entonces empezaron las hostilidades. Pero como no creo eso de que en el amor y la guerra todo vale, establecí una norma límite: no usaría insecticidas sintéticos de los que se compran envasados sin saber muy bien qué oscuros demonios esconden.
Llevaba una semana de durísimos enfrentamientos. Las bajas cubrían el suelo y sus aliadas hormigas hacían lo posible y lo imposible por reorganizarlos después de cada combate. Había empleado mis fuerzas de choque ligeras, e incluso algún arma casera a base de zumo de ajo y otras hierbas... sin efectos decisivos. Cada mañana, los supervivientes y otros dos mil que se les unían durante la noche aparecían de nuevo perfectamente alineados en sus trincheras de los tallos, emboscados entre las hojitas terminales o a lo largo del dorso de las vainas, como si nada hubiera pasado.
Tenía y tengo  armas químicas disponibles capaces de matarlos, a ellos y a mí, en una sola batalla,  pero me resisto a usarlas en vista de la intrigante sabiduría con la que seres aparentemente indefensos se enfrentan a nuestra tecnología y nuestra supuesta inteligencia desde la resistencia pasiva y la insistencia, la capacidad reproductiva y la colaboración con otras especies. Y ahí reside el que aún creo mi gran descubrimiento: tal vez no se trata de una guerra contra los pulgones sino contra  la Naturaleza, que se preocupa, por unos u otros medios , de que todos sus seres sobrevivan. Ellos y nosotros: los pulgones, las hormigas y los sapiens.
Por eso, me propuse, y aún lo mantengo de vez en cuando, mientras no me agotan la paciencia, , usar solamente las tres armas permitidas por la Convención de la Violencia Natural, la CVN de toda la vida  : la fuerza física , la astucia y los productos naturales. Pero como soy un ser humano y además  alguna vez infractor de normas, estoy planteándome otra alternativa : utilizar además esa otra arma secreta típicamente humana que es la más eficaz, barata, segura y adecuada para este tipo de situaciones casi  límites : la paciencia .  En lo de la más eficaz, a veces tengo dudas, lo confieso.

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #26 : Diciembre 29, 2020, 06:01:36 am »
En las orillas de la acequia de mi huerto crecen, todavía, muy diversos árboles y arbustos. Y a su sombra y bajo su protección, enjambres de pájaros desarrollan sus pequeñas y agitadas vidas, a menudo lejos de nuestra observación. Algunos destacan por la calidad de su canto, como el modesto, por su plumaje, ruiseñor, sin duda el rey del canto de nuestros campos. Cuando descanso, al caer la tarde,  a la sombra del gran peral, en primavera, haciéndome el dormido bajo mi gran sombrero de paja, suele confiarse y a menudo busca su comida en el suelo de hierbas no demasiado lejos de mis zapatos, sin mostrar ningún temor por mi presencia. Luego, siempre oculto entre los arbustos de las orillas, nos obsequia , a su hembra y a mí, con una inacabable  sinfonía de gorgeos y trinos, arpegios y silencios , ultrasónicos dicen, a menudo hasta bien entrada la noche. Delicioso.
Pero el otro día, apareció un rival. Sé cómo se llama, porque es un viejo conocido, pero hasta ahora se mantenía en un discreto segundo plano musical, como violín segundo, sin más aspiraciones. Esa mañana estaba yo como de costumbre, trabajando entre mis plantas y él, como hace a menudo, canturreaba sus trinos y silbidos en alguna rama próxima , aderezando cada cereza engullida , supongo, con un silbido de satisfacción...
De pronto, el pequeño milagro. Cantó, claras y distintas, las notas musicales de una pequeña melodía de procedencia ignota, tal vez aprendida en alguna fiesta nocturna que le desveló o por casualidad o, quién sabe, grabada desde eones en su código básico, algo así como su memoria ROM. Y allí estaba, clara y sencilla, con un aire un tanto extraño para nuestro gusto musical actual, algo misteriosa y campestre, como un tema de una sinfonía pastoral : sol do, sol do mi la sol, traducida a mi lenguaje humano. Exactamente con la relación de frecuencias de nuestra escala musical. Preciosa casualidad, pensé, pero ¿ solamente casualidad, azar, probabilidad, esas cosas que hacen posible lo improbable?.
Pero algo más tarde y desde un árbol más alejado, entre las otras melodías puramente pajariles de su repertorio, repitió, limpiamente su tema : sol do, sol do mi la sol. Y así durante todo el día más cerca o más lejos, repitió su mensaje, sin olvidar una nota ni repetirla, exacto.
La toco en mi teclado y queda bien, correcta, algo extraña, pero bien. Algo parecido a un toque de corneta militar llamando a formar...
Ayer o anteayer, también en mi huerto, volví a oírlo. Ahora la melodía seguía allí pero me pareció que se había añadido una nota más al comienzo, no estoy muy seguro,  tal vez un mi… mi sol do sol do mi la sol .
He avisado al ruiseñor para que sepa que tiene un rival. Un rival mucho más robusto, de voz tal vez menos armoniosa pero impresionante. Lo mismo que él, no luce adornos ni hermosos colores, tan solo se permite un detalle elegante en su librea oscura, casi negra: un hermoso pico amarillo anaranjado, como si llevara siempre un precioso grano de maíz en él . Es un mirlo. Canta peor,  pero ha añadido la proporción y la matemática a su canto ordinario , mezcla de trino y silbido . Y eso , a la larga, puede traer consecuencias inesperadas en el campo de la competencia sonora , amigo ruiseñor .

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #27 : Enero 04, 2021, 12:06:36 pm »
Algo se mueve, aunque sea poco. Estaba yo  ese día, hace unos meses, en el  poco estresante trance de regar mis lechugas, una fila de ellas que comparto, quiera o no, con mis amigos los pájaros, los conejos, pulgones y demás familia, esa inmensa y desconsiderada tribu de aprovechados que come sin arrimar el hombro cuando hay que regar, escardar, binar , podar, sembrar, etc. Y he aquí que , de pronto, observo que el agua de mi querida acequia es rojiza, con un delicado fondo anaranjado, imposible de identificar a primera vista como algo inocuo y mucho menos potable o apto para el riego. De modo que opté por investigar de dónde procedía el colorante. Y en efecto, a unos treinta metros aguas arriba caía a la acequia un pequeño torrente rojo procedente de , tal vez, alguna herida de las muchas que recibe cada día ese desgraciado ser que se llama Medio Ambiente ( extraños nombre y apellido ). Como uno está un poco harto de aguantar estas cosas, llamé de inmediato a la policía municipal de mi pueblo, no con la esperanza, lo confieso, de que solucionaran el problema, sino con el avieso deseo de que se castigara al culpable... Y he aquí que, sin preámbulo alguno y sin el consabido " lo vamos a investigar y le llamamos luego ", la policía me informa inmediatamente del origen y naturaleza del vertido. Alguien había lavado a manguerazos los restos de arena roja en una obra cercana. Nada tóxico, pura arcilla, aunque llamativo. Y más que llamativo, en los tiempos que vivimos, es que los agentes supieran ya ( estos incidentes se producen, maduran y extinguen en pocos minutos ) lo que había ocurrido. ¿ Casualidad, eficacia ? Sea como sea, un diez a los policías municipales de mi pueblo . Hoy no diré su nombre, más que nada porque una vez puede ser casualidad, pero por algo se empieza. Algún policía se movió a tiempo y en la dirección correcta. Seguramente no pudo evitar que el agua corriera a su destino natural, la acequia, pero probablemente el infractor fue advertido o multado y tal vez se lo piense mejor la próxima vez, antes de ensuciar un cauce.
Y esta noche están ustedes invitados, virtualmente, a saborear una deliciosa ensalada de lechuga. Pero deben lavarla cuidadosamente, a ser posible añadiendo unas gotitas de lejía, porque tengan la seguridad de que ha sido ya probada por una caterva de pequeños sinvergüenzas con alas y sin ellas, y que jamás se han lavado el pico o los dientes.

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #28 : Enero 08, 2021, 12:48:07 pm »
Hace unos meses se levantó, como suele hacerse, creo, a finales del verano,  la veda, para poder cazar ciertas especies de aves que en esa estación pueblan nuestros campos y bosques.
Algunos de mis vecinos, aficionados a ese deporte, sin apenas adversarios , tuvieron unos días para desahogar su afición mientras llega la temporada invernal, que se dedica a piezas de más calado.
Yo, que no soy cazador, me enteré por casualidad, y eran los días en que andaba embobado con las habilidades musicales de un mirlo de los del vecindario de mi huerto. Aquel pájaro que entonaba siete notas perfectamente diferenciadas aprendidas quién sabe dónde...
Pues bien, el hecho es que, a partir de aquellos días, el silencio se abatió sobre mi huerto.
Cesaron sus gorjeos armoniosos de árbol en árbol, su ir y venir, sus planeos en torno a mi casita, llenos de vida y alegría. Durante al menos un mes no volví a ver ni un solo ejemplar.
Pero un sábado cualquiera , al llegar al huerto, uno de ellos, un mirlo, salió volando de debajo de una cepa ( vid) con ese grito tan característico que expresa, supongo, alarma y huida. Luego, solo quedó el silencio .
Y desde entonces, solo se hizo visible cuando andaba, solitario y silencioso ,  entre mis cultivos,  aprovechando lo que el otoño le ofrecía en abundancia: uvas sobre todo y algunas manzanas.
Me niego a creer que la caza hubiera exterminado al resto de la bandada, al menos media docena de hermosos ejemplares, que me rodeaba cada mañana al llegar y me rondaba durante el resto del día, tal vez vigilando mis pasos como ladronzuelos a la espera de asaltar mis frutales...
Prefiero imaginar que ahora aún recorren felices en los otoños las viñas interminables, repletas de uvas sin vendimiar, decenas de miles de kilos sabrosos y fragantes antes de las primeras heladas, en una orgía de alimento inagotable.
Y que tal vez más adelante, una mañana cualquiera o una tarde , volverán en bandada para saludarme como lo hicieron entonces , cada día , buscando temprano, entre los terrones recientes,  algún insecto entumecido de frío, los restos de una manzana desechada o el sabor terroso de las huidizas lombrices , en las mañanas de otoño decoradas de rocíos.
Y aunque ya no vuelvan, siempre guardaré el recuerdo de aquella sencilla melodía estival, mi inolvidable canción alada de aquel verano :  sol do sol do mi la sol. En do mayor. Sin letra, porque las aves no hablan. Solo pura música.

piem135c

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Re:Diario de la acequia de mi huerto
« Respuesta #29 : Enero 13, 2021, 04:26:23 am »
Anoche, más bien ya de madrugada, heló. No han sido muchos grados bajo cero, tal vez solo dos o tres, pero suficientes para que, al llegar esta mañana al huerto, la desolación de los más débiles, siempre los primeros cuando toca sufrir, alterara mi tranquilidad matinal.
Allí donde hasta ayer prosperaba un hermoso rodal espontáneo de calabazas, nacidas de las semillas arrojadas a un pequeño montón abandonado de  compost, casi un círculo perfecto , hoy se desplegaba un triste escenario de hojas oscuras, amarronadas, muertas, colgando fláccidas  como banderas vencidas tras la batalla contra el frío. Solo se han salvado los frutos, supervivientes natos, casi ocultos bajo la maraña de hierbajos y tallos revueltos. Los hay amarillos, o amarilloverdosos , orondos, ya  maduros, repletos de sabrosa pulpa rojiza y hermosas semillas y los hay jóvenes, verdes e inmaduros cuyo triste destino ha sellado la helada.
En esta su primera escaramuza, el frío ha dejado fuera de combate a estas plantas de calabazas, a otras de deliciosos tomates, ha ajado la belleza de las pocas rosas que aún quedaban, ha pintado de amarillo la hoja de los ciruelos y agrisado lo que aún quedaba del verdor de los manzanos . Por este año, tampoco ha podido dañar ni mis pimientos ni mis judías verdes , más que nada porque Petrus, el bípedo que las parasita benévolamente, las puso a buen recaudo antes de los primeros fríos, al modo humano de esta zona , o sea , mayormente, en conserva. Los botes ya lucen, limpios y alineados, en los estantes oscuros, bien protegidos de los fríos severos y de la luz. Y a lo largo del invierno, cuando se terminen los recursos frescos, las calabazas resistentes, las tiernas hojas de las verduras, cuando ya el frío pinte de blanco el huerto, ellos serán mi supermercado particular, un supermercado que tiene como norma básica mantener inamovibles los precios mientras quede un solo bote en las estanterías. El secreto de semejante estabilidad estriba, sospecho,  en el bajo costes en mano de obra que soporta esta empresa. Creo que  Petrus trabaja gratis, al menos por ahora.