Hace unos días, al acosador del patio le han dado carta blanca sus amigos, para seguir en su papel durante seis años más. Nada podría halagarle tanto. Ahora, crecido en su amor propio, que no es precisamente amor, nos obsequia un día sí y otro también, con continuas bravatas. Leo hoy en la prensa virtual que Putin, nuestro hombre del siglo, va dejando de hablar de operación militar especial para hablar directamente de estado de guerra, y que piensa acumular tropas y medios en sus fronteras con Finlandia y naciones del Báltico, mientras en el otro extremos del patio, más o menos asustados, el resto se prepara para lo que pueda venir. Lo que extraña de todo esto es la absurda seguridad que exhibe Rusia en estos momentos, amenazando a sus presuntos enemigos, que solo quieren seguir vivos y en paz, como si solo ella fuera capaz de aniquilar a diestro y siniestro. Sabiendo que ambos bandos poseen capacidad nuclear sobrada para el aniquilamiento mutuo, uno no se explica las amenazas a un adversario que no desea conflictos y que posee, más o menos, las mismas armas que ella y que, si lo precisa para sobrevivir, las usará. Me temo. Mientras tanto, mientras Ucrania agoniza, poco más que rezar podemos hacer todos, ellos y nosotros, que además, ironías de lo humano, pedimos lo mismo al mismo Dios, con viejas palabras , rusas, latinas o griegas, qué más da, que nos conceda la paz: "dona nobis pacem". Hasta Putin las reza, probablemente, cuando acude a las celebraciones religiosas ortodoxas en las que le vemos participar. Algo es algo.