Cuando la gente llega a la edad que ahora se llama de la jubilación, supongo que por el júbilo que la palabra evoca, tiene que plantearse, forzosamente, qué va a hacer con el tiempo que , teóricamente, va a quedar a su disposición…
En las grandes ciudades suele haber una amplia oferta de posibles actividades. Muchas se dirigen a mantener a los jubilados activos, mediante cursillos, actividades sociales, como grupos de teatro, pintura, gimnasia, actividades en los centro de la tercera edad, voluntariados diversos, etc, pero en los pequeños núcleos de población esto suele ser puramente testimonial. En estos lugares, casi siempre de tradición agrícola, es donde el jubilado puede y suele retomar la actividad agraria , que fue la de sus mayores y a la que, intermitentemente, ha estado dedicando algunos ratos toda su vida. En efecto, muchos han simultaneado su actividad laboral, en fábricas u oficinas, con el cuidado de algunas parcelas familiares, casas de pueblo, a menudo con huerta anexa, y es entonces, al jubilarse, cuando llega el momento de recuperar esta actividad, siempre en la medida que las fuerzas de cada uno le permitan.
Una vez decidida y aceptada, esta actividad se transforma. Lo que parece, visto desde cierta distancia, una labor amable y distendida, se complica y se extiende hasta abarcar de nuevo toda o casi toda la actividad diaria. La agenda del labrador o del horticultor aficionado, llamémosle así, es densa y exigente. Incluso en lo más riguroso del invierno, allá por el mes de Enero, ahora mismo, las tareas se superponen: Las habas han tenido que sembrarse y estar nacidas, los ajos también; la pequeña viña anexa ha de ser podada, y recogidos los sarmientos , hay que empezar a preparar los terrenos donde van a plantarse las cebolla de primavera si aún no se ha hecho, podar los frutales, grandes y pequeños, cada uno a su tiempo, recoger los restos de poda, preparar los suelos, a menudo arrancar algún árbol muerto a lo largo del año que, para una persona mayor no es un trabajo menor y suele exigir un gran esfuerzo si el árbol no es pequeño, solicitar permisos para quemar los restos de poda o preparar los depósitos de compostaje necesarios, proteger y reforzar , si las hay, puertas, vallas, tejadillos, invernaderos, semilleros, etc. Queda revisar las semillas que van a sembrarse en dos o tres meses, limpiar los canalillos, regatos y tuberías por los que se van a regar las plantas, proteger del hielo las plantas delicadas, y, por terminar la lista, limpiar y engrasar las herramientas y pequeña maquinaria que suele guardarse en alguna casita o pequeño edificio anexo. Lo de pequeña maquinaria empieza a ser un eufemismo en los tiempos actuales, tan derrochadores de energía. Hace unos días, tuve que plantearme renovar la motoazada, de más de treinta años, casi tan vieja como yo , de tres caballos de potencia y, sorpresa, una moderna del mismo porte luce ahora unos hermosos siete caballos… con un consumo igual o menor. Todavía lo estoy pensando, más que nada por el cariño que los treinta años de convivencia han debido crear entre hombre y máquina, supongo. Como vemos, el descanso del jubilado, si elige esta opción de ocupación de su tiempo, deja de ser lo que parecía. No obstante, es un trabajo sin jefe, sin horario impuesto y sin observadores críticos que no sean, aunque tampoco es poco, la familia y los amigos. Las satisfacciones son enormes: la salud mejora, el carácter se dulcifica, los malos ratos disminuyen y, como retorno, la fruta, las verduras y hasta algo de buen vino de cosecha propia ayudan a sobrellevar los calores del verano, los fríos del invierno y, en buena parte, a llenar la despensa a lo largo de todo el año. Y si además, le queda un sitio para criar gallinas o conejos, el júbilo del jubilado puede llegar a ser completo.