Efectivamente, la inteligencia artificial, IA en lo sucesivo, sigue creciendo, como lo haría un humano niño. Ahora mismo, cada minuto, cada segundo, en muchos lugares del mundo, miles de programadores, analistas, ingenieros, informáticos, se afanan por educar, pulir e incrementar sus saberes, sus capacidades, su habilidad para imitar a los humanos, y si fuera posible, superarlos. Lo que queda claro es que nos ha superado, como no podía ser menos, en velocidad. Nuestro intrincado cerebro biológico es millones de veces más lento, o eso parece, que un circuito electrónico, para sumar tan solo dos cantidades sencillas 12 y 25. Mi cerebro necesita, al menos el mío, visualizar los dos cantidades para poder a continuación sumar sus cifras y emitir la respuesta, treinta y siete, en una vocalización compleja que requiere a su vez mantener fija en cierta memoria visual la cantidad resultante. Resulta obvio que la IA puede prescindir de muchos de estos pasos y utilizar muchos menos componentes, digamos neuronas vs. transistores, con lo cual su velocidad y eficacia en estos cálculos sencillos son insuperables. Pero, aun admitiendo esta supremacía de la IA, las funciones que podríamos llamar superiores de nuestra mente no son fácilmente trasladables o traducible a un programa informático. Como mucho, es posible que podamos establecer protocolos que los simulen y produzcan resultados parecidos a los que los complejos seres humanos producimos en nuestras actividades habituales. En cierto modo, como ejemplo, los seres humanos podemos pronunciar una frase negativa y al mismo tiempo acompañarla con un simple gesto o una entonación que la conviertan en negativa, como ocurre por ejemplo con la ironía. Por ahora, las emociones, los dobles sentidos, los razonamientos lógicos no evidentes quedarían fuera de las capacidades de la inteligencia artificial, sin contar con el abismo insalvable, que sin duda seguirá siéndolo indefinidamente, de la autoconciencia , el yo personal que reside en el fondo de lo humano. En definitiva, el espíritu. Por lo menos hasta ahora, las IA existentes siguen admitiendo nuestra superioridad en aspectos no automatizables, como son la creatividad, la imaginación, el control, la toma de decisiones, la supervisión, y muchos aspectos de la gestión, corrección de lenguaje, creación literaria, y en general en los campos relacionados con la actividad espiritual y mental que debemos considerar exclusivos. Toda esta disquisición viene a cuento porque estos días menudean de nuevo las encuestas a diversas IAs en las que se les pregunta qué ocupaciones humanas consideran que van a ser afectadas o hechas desaparecer por su actividad. Como, no lo olvidemos, las IAs están sujetas a una programación y circuitería fabricadas por humanos, sus respuestas han sido debidamente programadas y fijadas por esos autores y fabricantes. En realidad, solamente son una simple transcripción, más o menos modulada por las líneas de código, de los procesos mentales que hubieran seguido sus creadores al elaborarlas. Y esta función de transcripción, de traslación de ideas y pensamientos, serán sin duda el futuro inevitable de toda IA que se precie de haber sido creada por humanos. Por fortuna para nosotros. Dicho de otro modo: si una IA comete un delito, un asesinato, o hace un gran descubrimiento científico o técnico , y está bien estructurada, siempre será posible encontrar al responsable humano, para otorgarle la prisión o el Nobel.