Ayer leí en alguna parte una entrevista a uno de los padres de los sistemas de las Voyager, esas máquinas que parecen inmortales surcando el espacio más allá del sistema solar. Al parecer, según el entrevistado, la ventaja es que esas naves no llevaban, en realidad, un ordenador, sino una serie de sistemas un tanto autónomos. Al carecer de cerebro central, ningún ictus puede bloquear todo el conjunto y, de ese modo, bastantes cosas siguen funcionando a su aire y, reconozcámoslo, bastante bien. En resumen, tener un cerebro centralizador tiene sus ventajas, pero también inconvenientes.