Empiezo a sospechar, aunque si fuera sincero al 100% debería decir que siempre he sospechado, que la razón, más bien el motivo, por el que quedan aún ateos conscientes de serlo es creer que el ateísmo les exime, o eso creen ellos, de las obligaciones que comporta la fe en un Dios creador. El ser humano nace con una serie de capacidades físicas y mentales que lo preparan para enfrentarse a las dificultades y problemas que va a encontrar en su vida. Unos más y otros menos, todos encuentran los suyos y los resuelven de diferente modo o en grado diferente. Por desgracia para algunos, la misma naturaleza , en forma de enfermedad o discapacidad, les impide o dificulta esa resolución. No no referimos a ellos aquí. Para la gran mayoría del resto, con sus capacidades y facultades normales, en algún momento de sus vidas, deberán, deberemos, enfrentarse a la gran cuestión: el sentido final de su existencia. Contestarla supone tomar partido entre, fundamentalmente, dos opciones:
La primera supone que nuestra existencia es autoconsistente, no precisando de una causa externa que la justifique , es estable a su manera y no exige de nosotros responsabilidades personales exigibles ante una autoridad superior, un Dios;
La segunda opción, acepta la existencia de esa autoridad, Dios, y en consecuencia la responsabilidad derivada de haber recibido la existencia de El y la obligación de aceptar las condiciones y marco ético o moral que haya dictado.
Curiosamente, casi nadie niega, de entrada, que los conceptos de autoridad, normativa y responsabilidad carezcan de sentido en la vida ordinaria y hay muchos ateos confesos que se distinguen por el ardor con que defienden un concepto de vida rigurosamente respetuoso con normas y recomendaciones de ... autoridades civiles , ética natural y hasta la madre Naturaleza, por ejemplo. Sin embargo, en el fondo de la cuestión, contravenir este planteamiento no les debería suponer demasiadas molestias, puesto que, si surgimos y nos sumergimos al nacer y al morir, de y en la nada, no importaría demasiado, ni siquiera algo, comportarnos de uno u otro modo, salvo por cuestiones de comodidad y autocomplacencia, y poco más. Por todo ello, algunos deducen que es más adecuado y rentable ser ateo, prescindir de sistemas éticos y responsabilidades morales y vivir sencillamente libres y sin ataduras. Y tal deducción podría ser válida si, en efecto, Dios no existiera, pues en tal caso nadie, tras la muerte, podría pedirnos cuentas por nuestra conducta. Otros, por razones oscuras, permanecen o aterrizan en el agnosticismo, una especie de ateísmo funcional, sin poder, o sin querer, afrontar una salida que les parece incómoda o se les antoja complicada o difícil. Un tercer grupo, haylos, permanecen toda su vida en un ambiguo estado de indiferencia al respecto, ignorantes o demasiado cómodos para plantearse cuestiones más complejas que comer, dormir y reproducirse, reduciendo su ámbito mental a las mismas o parecidas cuestiones que pueden incomodar a un babuino o a un elefante. Finalmente, por reducir el espectro a estos grupos, hay gentes que, aún viviendo próximos a círculos religiosos, y disfrutando de la misma información y formación que sus familiares y vecinos creyentes, se muestran indiferentes a cualquier planteamiento acerca de la existencia de Dios y sus consecuencias en la conducta individual.
Cualquiera que sea el grupo al que se pertenezca, suponer que ignorar a Dios, cuya existencia se niega, resulta parecido a negar la de la Hacienda Pública. Si Dios existe, a todos nos ha dado la posibilidad de conocerle y, por ello, y con mucha más eficacia que la Hacienda Pública, de la que nos libramos definitivamente al morir, nos va a exigir responsabilidades por nuestra conducta y por el uso , o abuso, que se haya hecho de los dones, todo es don, que se nos han otorgado gratuitamente, al ser llamados a la existencia, cuerpo y mente, alma, familia, sociedad, salud, estudios, éxito profesional, e incluso un precioso foro llamado diosoazar que, día tras día, nos recuerda, a quienes lo precisen o precisemos, que tenemos pendiente de repuesta la gran pregunta, y que no es válido pensar que, por no tenerla en cuenta, no se nos va a exigir responderla de modo adecuado, aquí y en la eternidad. Aunque no sea fácil. Hoy, domingo, en el Evangelio del día se nos avisa : Lc 13, 22-30: Y pasaba pasaba por ciudades y aldeas enseñando y caminando hacia Jerusalén. Y le dijo uno: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Procurad con empeño entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os lo aseguro, tratarán de entrar, y no lo lograrán.