En nuestros ambientes solemos suponer o dar por sentado que existe un respeto universal por el medio ambiente y que sus problemas son acogidos por la gente en general como propios. Sin embargo, esa universalidad puede ser un engaño. En efecto, en nuestra sociedad encontramos personas con distintas visiones del mundo, de su origen, su fin y sus circunstancias, visiones que hacen que sus reacciones ante esos problemas sean muy dispares o, simplemente, no existan.
Sería imposible enumerar aquí todas las posibles derivaciones en este sentido, pero nos bastaría, para hacernos una idea, con considerar las posiciones filosóficas y religiosas que se sustentan hoy en el mundo. Con ellas por delante, hay muchas en las que el hado, el destino, o la voluntad soberana de sus dioses o la falta absoluta de ellos, presiden el devenir de sus actos y el porvenir del mundo, de modo que queda muy poco disponible para ejercitar su propia voluntad para el bien o para el mal. Es más, la elaboración de los conceptos bien y mal, desarrollados hasta concebir el bien y el mal morales, la buena o mala conducta , requiere una organización mental y una formación que todavía hoy no compartimos todos los humanos.
Para convencernos, basta darse una vuelta por el propio mundo y examinar el comportamiento de las gentes, sin que sea necesario a veces salir de nuestro barrio, nuestra casa y, si me apuran de nosotros mismos. Si apenas nos comportamos bien del todo cuando nos va en ello nuestro provecho o nuestro placer, ¿ cómo pedir que ese comportamiento se traslade a posiciones en las que aparentemente no obtenemos beneficio inmediato y sí alguna molestia aunque sea ocasional ( separar las basuras por tipos, por ejemplo, conducir a poca velocidad cuando se indica, reducir el consumo de agua potable... ). Lo instintivo y fácil para el ser humano es mirar siempre por su beneficio o su placer inmediatos y, solo a veces, a medio o largo plazo.
Una postura ética ( y moral) sostenida indica que la persona ha adoptado un punto de vista que le obliga, personalmente, a un tipo de conducta determinado y que supone admitir o creer en los conceptos de bien, mal, moralidad de los actos y responsabilidad y equidad. Normalmente , esos criterios nacen de una religión determinada ( teísta en general) en la que Dios se constituye como origen y fin último de todo bien y toda moralidad , dador de los bienes y exigidor de conductas adecuadas.
No obstante, hay muchas personas que, sosteniendo ideas parecidas, no admiten la esfera moral, más apoyadas en criterios de economía y beneficio que en responsabilidades éticas, pues dudan o no creen en la existencia de un orden moral o espiritual que les pueda afectar.
Sin embargo, unos y otros, y otros y unos, cuando se trata del medio ambiente, se encuentran con un hecho demostrado: cualquiera que sea el perjuicio causado en cualquier lugar del mundo, cualquiera que sea el nivel de actuación, y proporcionalmente a él, las consecuencias revierten inevitablemente en todos, incluido el autor. Un amigo mío dice, jocosamente, que es lo más parecido que se ha visto a escupir al cielo. Por eso, todos , con criterios éticos o sin ellos, se ven, nos vemos, obligados a comportarnos adecuadamente. Y aunque el problema que causamos sea mínimo aparentemente, una colilla arrojada por la ventanilla de un vehículo durante un viaje, un escape de motor mal regulado, una fuga de lejía a un río, una válvula de seguridad mal regulada, una llave de flujo mal cerrada, todo eso se carga en la cuenta de todos y todos vamos a pagar la factura en un mayor o menos deterioro del medio que nos rodea. Así pues, yo, cualquiera que sea, religioso , ateo, agnóstico, indiferente o nada de eso, admita posturas éticas y morales o no, por la cuenta que me tiene, simplemente contabilizando pros y contras, debería ir pensando en acomodar mi conducta para no dañar las paredes, los techos, los cimientos, el aire y hasta las arañas de las habitaciones de esta preciosa casa de todos que llamamos La Tierra.