Hola fegapa, petrusdoa y jaume:
He estado leyendo y meditando lo que ustedes han expresado sobre nuestros Primeros Padres y el Dogma del Pecado Original, con las dificultades que encontramos para entender este Pecado con explicaciones racionales exclusivamente, sin haber profundizado en lo que los Dogmas de la Redención y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo nos explican en relación a esta falta de nuestros Primeros Padres, y cómo nos afectó a toda la descendencia de ellos. Por ello, he recurrido al libro del Profesor de la Universidad de Tubinga Karl Adam: "El Cristo de Nuestra Fe" de mediados del siglo XX (El Profesor Karl Adam, además de ser un Teólogo de primerísimo orden, tuvo entre sus discípulos al Papa Emérito: Benedicto XVI (otro Teólogo eminentísimo, a quién hay qué escuchar en estos temas difíciles):
Como es un texto extenso lo he dividido en 2 partes. 1ª Parte:
'Nuestra redención por Cristo consiste en que Él es el camino hacia el Padre. Por la predicación de la verdad eterna redimió del error el entendimiento del hombre. Por gracia y amor redimió la voluntad debilitada por el pecado. Por su naturaleza divino-humana, nuestra naturaleza caída en todos sus aspectos. Tales son las nuevas fuerzas redentoras: El mensaje de Cristo, la gracia de Cristo, el ser divino-humano de Cristo...
El pecado original y la redención: Los primeros padres (en su genética), contenían todas las posibilidades de la humanidad prefiguradas en el concepto "hombre", todas las concreciones y marcas particulares que pudieran recibir. No eran, pues, a diferencia de nosotros -sus descendientes- como primera pareja humana y padres del tronco de la humanidad, meros ejemplares de la especie, sino "hombres simplemente", totus homo. Pues bien, en esa primera pareja, vivimos todos potencialmente, en los albores de la creación, la vida del estado primitivo de gracia. En ellos fuimos llamados todos a la filiación de Dios, a la participación de la vida divina. Más aún: en ellos participamos todos ya de la vida divina... A esta unidad de vida y gracia de los primeros padres correspondió la culpa solidaria (en su descendencia), cuando ellos, por su libre albedrío infringieron el mandamiento de la prueba... . Por ellos cayó toda la humanidad de nuestra originaria relación de vida y amor con Dios. Lo que nos quedó era ya sola la naturaleza caída -natura lapsa-, un estado, por consiguiente, que, esencialmente, era un no deber-ser, pues no entraba en el plan inicial de Dios.
La naturaleza humana quedó en adelante sin Dios, se pertenecía sólo a sí misma, era sólo pura naturaleza.
¿Podía esta humanidad ser redimida? Puesto que la culpa, radicalmente, había atacado lo más hondo de nuestro ser, sólo Dios podía librarnos de ella. No hay esfuerzo humano, no hay heroísmo creado capaz de llenar el inmenso abismo que se abriera por el pecado original entre el Creador y la criatura. La humanidad estaba relegada a distancias infinitas de Dios, a las infinitas lejanías del ser creado, a la que va adherida la mácula del no deber-ser del pecado.
Así pues, sólo Dios mismo nos podía redimir. Más como no se trataba de la redención de individuos humanos aislados, sino la del totus homo -de la superior unidad de todos los hombres posibles- era conveniente a la sabiduría de Dios que, la redención -de una vez para siempre- se cumpliera y realizara en Un sólo hombre': Dios mismo en su Hijo unigénito.
Doctrina de la Iglesia sobre la redención:
'La herejía pelagiana obligó al magisterio de la Iglesia a expresarse por primera vez sobre la acción salvadora de Cristo. El pelagianismo juzgaba el pecado no en su conexión con el primer pecado de nuestros Primeros Padres, sino como acción personal libre del individuo, desligada de la corrupción original que acompaña a nuestra naturaleza. No veía, pues, el pecado de herencia en su conexión solidaria con toda la humanidad. El individuo por su propia culpa caerá en el pecado; pero puede también por su propio personal esfuerzo levantarse del pecado. Sólo necesita del ejemplo de Cristo, en el sentido de una gracia externa. Cristo fue nuestro modelo, pero nada más ... Sólo reconocía la gracia de la redención para la remisión de los pecados. En su estado inicial parece haber negado también esta gracia. Sólo la polémica de San Agustín, que insistente y enérgicamente alegaba la necesidad y universalidad del bautismo de los niños , se vio el pelagianismo obligado a admitir , por lo menos para la remisión de los pecados, la necesidad de la gracia redentora de Cristo. Contra los pelagianos se dirigió la definición del Concilio de Éfeso en su canon 10: Si quis ergo dicit, quod pro se obtulisset semetipsum oblaciones et non potius pro nobis solis, anatema sit. El concilio definió, pues, el dogma de que Cristo no sufrió la muerte por sí, sino por nosotros (en el siglo XVI el socinismo volvió a impugnar la virtud redentora de la cruz de Cristo) ...
Dentro del cristianismo, surgieron pocas herejías que impugnaran la doctrina cristiana de la redención. Si prescindimos de pelagianos y socinianos, solamente la teología liberal sobre Jesús y sus sucesores sostuvieron que el pensamiento cristiano de redención era una mística insostenible.
La doctrina de la redención en la tradición eclesiástica: Las tradiciones teológicas sobre la acción salvadora de Cristo en la época postapostólica, todas parten del hecho fundamental de que Cristo murió por nosotros y qué en Él tenemos nosotros vida. Pocos dogmas cristianos fueron ya desde los comienzos confesados con tanta fuerza como el dogma de Cristo crucificado por nosotros.
Los Padres apostólicos: No sorprende que los Padres apostólicos no se extendieran en especulaciones sobre la acción redentora de Cristo, sino que se limitaran a repetir la afirmaciones recibidas del Señor y de los apóstoles. Ignacio de Antioquía defiende contra los gnósticos judeocristianos la acción redentora de Cristo. Poco antes de su martirio escribió en su Carta a los Romanos (c. 6): "A aquel busco que murió por nosotros. A aquel quiero que por nosotros resucitó" ... (posteriormente): los apologistas recalcan con energía, frente a sus adversarios gnósticos, la redención.
Sólo con el siglo III se aventura a salir a la luz especulaciones independientes acerca de la obra redentora de Cristo. San Ireneo de Lyón dice claramente: "Por su encarnación, Cristo se ha convertido en la nueva cabeza de la humanidad. Toda la humanidad está en Él recapitulada.. Él es compendium totius generis humani".
La muerte de Jesús como "mysterium tremendum et fascinosum":
Cuando Pablo viene a hablar de los consejos redentores de Dios, brota de sus labios un himno de estupor y de alabanza: "¡Oh profundidades de riquezas y sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuan inescrutables son sus juicios e irrastreables sus caminos" (Rom 11,33).
Dios no es sólo misterio, sino también misterio tremendo. La redención sobre el Gólgota no puede menos que producir en nosotros ese temblor. ¡Cuán de otra manera hubiera trazado el hombre el camino que condujera a la redención! Para el minúsculo pensamiento humano, todo se hubiera hecho de modo absolutamente traslúcido y racional, sin tensiones e incomprensibilidades de ninguna clase. Con absoluta sencillez señala Isaías al siervo de Yahvé, que toma sobre sí los pecados de su pueblo. Y apenas ha dicho lo que Dios le manda decir, él mismo se espanta de lo dicho. Y cuando el espíritu de Dios no era ya tan vivo, huyeron los hombres de la imagen del horror del siervo paciente de Yahvé y se buscaron, como en el judaísmo poscanónico, una imagen del Mesías que se ajustara al sentimiento y deseos carnales. También la moderna teología liberal se horroriza ante una redención por la sangre, las llagas y la cruz. Si, en fin, tenía que haber un Mesías, tenía que ser un Mesías beatíficamente sonriente, un Mesías entre flores y niños.
Pero los pensamientos de los hombres no son los pensamientos de Dios.
Sobre el Gólgota brilla en dos actos actos del del amor de Dios, aquel mysterium fascinascinosum que es Dios mismo. El que muere es Hijo de Dios. Ya hemos indicado cómo la encarnación de Cristo es pura gracia y como ella preparó el Calvario. Y lo que por el acontecimiento del Calvario se ganó para nosotros es a su vez pura gracia y amor, es decir que Dios nos aplique a nosotros la acción salvadora de Cristo, y, como obra y dolor por todos nosotros. El crucificado, en lo que es y en lo que por nosotros realiza, es para nosotros la caridad de Dios hecha visible, el mysterium fascinosum ante nuestros ojos. Esta plenitud de gracia, como la otra plenitud de horror, no pueden separarse una de otra, como también su misericordia y su justicia son una sola cosa, el Dios uno. Justamente en esta misteriosa unión de justicia y misericordia resplandece para nosotros el concepto cristiano de Dios en su unicidad y sublimidad.
Redención y responsabilidad moral del hombre: Ahora comprendemos patentemente la superficialidad que late en el fondo de las objeciones modernas contra la doctrina cristiana de la redención ... en el pecado no se trata de un desorden puramente ético que se cumple en la voluntad del hombre, sino de un trastorno existencial que afecta al ser íntegro del hombre y destruye sus conexiones físicas y metafísicas ... el hombre "legal" dista mucho aún de ser el hombre verdaderamente bueno y puro. Cuando semejante hombre "moral" se siente satisfecho de sí mismo y dice como el fariseo en el templo: "Señor, yo te doy gracias, porque no soy como ese infeliz publicano, ahí en el rincón del templo", demuestra no haber mirado bastante en las profundidades borbollantes de su propio ser. Le falta justamente lo más fino, el sentimiento profundo de que, medida con el solo santo, con la santidad esencial, toda su pulida moralidad tiene un tufo que la delata. ¿Acaso la última guerra mundial no nos enseña con espantosa evidencia qué demonios habitan en los hombres ... y, frente a esos monstruos de la guerra mundial que conscientemente, en plena reflexión, con libérrimo "sí" de su voluntad, acumularon abominación sobre abominación. Éste es el hombre con sus íntimas profundidades. El verdadero cristiano siente elementalmente que toda esa llamada moral es en el fondo cultura superficial.
Le dijo una vez Pedro a Jesús: "Señor, apártate de mi, porque soy hombre pecador" (Lc 5, 9). Cuenta el profesor Jocham en su autobiografía (Briefe eines Obskuranten) que cuando su buena madre se hallaba en el lecho de muerte, no se cansaba de rezar y le invitaba también a él a que rogara por su pobre alma. Jocham pasaba entonces por su período Sturm und Drang, durante el cual se tiene todavía fe en el propio yo y en su autonomía. La orientación es puramente ética, no religiosa, y se profesa un alegre optimismo en la visión de sí mismo y de las cosas. De ahí que al joven Jocham le pareciera extraño el ruego de su madre: "Madre, ¡tú has sido siempre buena! Por lo que yo recuerdo , no sé de ti nada malo. Durante toda tu vida te has sacrificado por nosotros, no te has concedido nada a ti misma y has hecho mucho bien a los pobres. Realmente, no tienes por qué temer que Dios no te sea propicio" Su madre le miró entonces con extraños ojos y, haciendo un último esfuerzo, le señaló el crucifijo en un rincón del cuarto. "Hijo mío -le dijo- ¡si no fuera por ése!" La sencilla mujer campesina se había dado cuenta con la despierta conciencia del moribundo que toda nuestra moralidad no vale para nada, ante el solo santo. Sólo vale aquí el redentor. Sólo en su ser santo, unido con la divinidad, somos salvados nosotros. Nuestra moral necesita de la religión para ser moral. La redención no significa una mera imputación externa y mecánica del fruto de la redención, sino que significa, además de eso, que nosotros con toda nuestra existencia nos entregamos a Cristo redentor, nos instalamos existencialmente dentro de su pensar querer y obrar, nos incorporamos a Él y de Él tomamos continuamente, como los sarmientos de la cepa, nuestro impulso y movimiento. La redención, pues, no es sólo un don, sino tarea y acción; pero una acción que estriba en la seguridad objetiva de nuestra conciencia, que nos viene de Cristo; que estriba, repetimos, en la conciencia de estar, por el bautismo, salvados de una vez para siempre en Cristo.
La redención de Cristo no es un hecho cumplido una vez y que pertenece ya a la historia, sino una realidad permanente. Es fuerza y vida, eterna regeneración y reconciliación. La Iglesia formula esta verdad en su doctrina sobre la realeza de Cristo y su eterno señorío.
La realeza del Redentor
La "bajada" de Cristo a "los infiernos". Es dogma de fe de la Iglesia que, después de la muerte del Señor, el alma humana de Jesús bajó al limbo. A decir verdada, este artículo no entró en el símbolo de la fe hasta el siglo IV. Al negar Apolinar de Laodicea el alma humana de Jesús, que era sustituida por el Logos, los Padres se refirieron en primer término a la bajada de Cristo: el "descendit ad inferos", para demostrar así la existencia de su alma humana. El nombre de limbo o "pre-infierno" procede de la escolástica que ponía antes del infierno el lugar de los justos del Antiguo Testamento. Pero los reformadores, a fin de poner la victoria de Jesús sobre el demonio, mantuvieron el concepto antiguo de "infernus", en el sentido de que el Señor Jesús había ido al infierno, lo destruyó personalmente y ligó así al diablo. Lutero mismo aceptó decididamente esta opinión (cf. Loofs, Dogmengeschichte, p.781). El dogma de la Iglesia quiere decir que el alma humana de Cristo unida con el Logos, después de su separación del cuerpo, descendió a las almas de los justos precristianos y les llevó la buena nueva de la redención. Literalmente, es cierto que el dogma sólo habla de un descendit ad inferos y haría pensar puramente en el hecho de que Cristo murió realmente. Con el descendere, los judíos de entonces entendían sólo el hecho de la muerte, la bajada de las almas al Seol o Hades a juntarse con los padres allí reunidos. Según esto, nuestra fórmula sólo habría querido expresar la verdad de que Cristo, en su muerte, no fue arrebatado de la tierra al cielo, sino que durante el triduo anterior a su resurrección descansó, como verdadero difunto, en cuanto al cuerpo, en la sepultura.
Pero si se mira más a fondo la tradición bíblica y eclesiástica, hay que entender el descendit en sentido más profundo, es decir, como expresión de la regia soberanía de Cristo sobre los muertos. En su carta a los efesios (4, 9), escribe Pablo: "Y que subió, ¿qué quiere decir sino que antes también bajó a las partes inferiores de la tierra?" El apostol, pues, sigue un procedimiento de argumentación rabínica, deduce de un ascendere un descendere. Una alusión velada al descenso a los infiernos parece haberla hecho el Señor mismo, Mateo (12,40) trae el logion: "Como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del monstruo marino, así estará el hijo del hombre tres días y tres noches en el seno de la tierra", hubo de estar, no el cadáver de Jesús, sino Jesús mismo, su alma viva, pues Jonás estuvo en el vientre de la ballena no muero, sino vivo. Muchos teólogos se refieren a la palabra de Jesús al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el paraiso" (Lc 23, 43). Pero habría que demostrar que Jesús entendió por paraíso el limbo o pre-infierno. Otros hallan una alusión semejante en Mt 27,52: (A la muerte de Jesús) "resucitaron muchos cuerpos de santos que habían dormido".'
Continúa en la 2ª Parte, final ....