Yo antes no entendía muy bien la diferencia entre estas dos palabras , más bien dos versiones de una sola, y sigo en ello, en mayor o menor grado. A lo mejor es porque en un momento de mi vida he vivido ambas situaciones casi simultáneamente. O , tal vez, porque para entenderlas sea necesario experimentarlas previamente. Para comprender lo que es migrar basta sentarse a la puerta y observar la calle. Para entender lo que es emigrar, hay que haberlo vivido. Ser emigrante es llegar a un lugar desconocido, a ser posible de noche o al menos oscuro y con lluvia y sin paraguas , buscar un espacio donde descansar y a la mañana del siguiente día empezar casi desde cero a buscar cómo sobrevivir aceptablemente los siguientes. Es no conocer a nadie e intentar establecer alguna relación para asirse a algo desde la soledad más absoluta. Es aceptar las condiciones del trabajo que te ofrezcan sin reparar en dificultades o en abusos. Después, años más tarde, tal vez te sientes en el mismo despacho en que te recibieron y te veas a ti mismo, en una nueva versión, frente a ti, pidiendo lo mismo que tú pediste, y entonces entenderás la amabilidad con que fuiste recibido , porque ahora sabes que el que lo hizo, a su vez, había recorrido tu mismo camino.
Estos días, la gran noticia europea y supongo que mundial es la llegada de cientos de miles de emigrantes a las fronteras de Europa. Miles de tragedias personales, sufrimientos y frustraciones , aderezadas de robos, humillaciones y mil y una incomodidades menores o mayores. La postura oficial, salvo excepciones minoritarias es la acogida sin paliativos. Como debe ser. Salvo, tal vez, en el sin paliativos, e intento explicarme. Vivimos en un zona geográfica en la que se da un fenómeno religioso cultural explosivo, que es el islamismo radical, precisamente el que está originando en gran parte el exilio de estas personas. Como sabemos todos, algunas facciones del islam ,interpretando su libro sagrado y sus tradiciones a su modo, propugnan la guerra que llaman santa contra el infiel, que parece que somos usted y yo desde la edad media, y a la que llaman la Yihad. Esta interpretación puede estar latente en cualquier militante de esa creencia , ya que no existe, que se sepa, una única autoridad religiosa capaz de fijar los criterios a seguir en estos asuntos. Esa interpretación radical puede contener un poco de todo, como la obligación de eliminar al infiel, de exigirle tributo, hasta de llevar este u otro atuendo, y fijar las condiciones de vida y conducta que consideramos más libres y personales, sin contar con la eliminación de los que consideran símbolos, monumentos o imágenes contrarias a su fe. Por desgracia, todos conocemos las persecuciones que se ejercen contra los cristianos en países como Irak o Pakistán y en otros territorios . Visto lo cual, uno esperaría que los gobiernos del mundo occidental, al recibir a fieles de esa religión, exigieran al menos una declaración firmada de renuncia a tales ideas e interpretaciones, de modo que, al menos formalmente, aceptaran los criterios en los que las civilizaciones occidentales cristianas hemos llegado a cimentar nuestra convivencia: el respeto a las vidas y haciendas de los demás, los derechos humano universales, los suyos y los nuestros, y las leyes y constituciones que rigen nuestra conducta como ciudadanos del mundo civilizado. Pero parece que nadie entre nuestros gobernantes se atreve ni siquiera a insinuarlo. Y es que aunque yo como cristiano deba acoger a los llegados como a hermanos, un gobernante tiene otras obligaciones que cumplir y hacer cumplir. Y recuerdo cuando en mis viajes de trabajo llegaba a ciertas aduanas de aeropuerto, cómo se me pedía documentación y visado , motivos del viaje, días de estancia, dinero que portaba, a qué y a adonde iba y otros detalles que seguramente ustedes conocen. Y es que la prudencia no está reñida con la caridad, que yo sepa, y en esos momentos, jamás me sentí humillado o coaccionado, incluido el día que, creo que en Roma, una funcionaria me miró desde su ventanilla e inmediatamente buscó un enorme libro, supongo que de fotos de sospechosos, y me sometió a un escrutinio de varios minutos, página a página , que, afortunadamente para mí, me tomé a broma y con regocijo... Desde aquí mi saludo a mi desconocida funcionaria, por el celo con que cumplía su misión. Y creo que ningún emigrante de buena voluntad se sentirá molesto porque se le pida que declare aceptar unas normas de conducta que solo buscan el respeto y la solidaridad con sus semejantes . Y mucho menos si, además, viene a Europa desde una situación de persecución de su fe cristiana como estoy seguro les ocurre a muchos de ellos. Sean bienvenidos.