Siempre me ha admirado la robusta solidez, por llamarla así, de algunos principios básicos con que el común de las gentes suelen posicionarse frente a los problemas y avatares de sus vidas. Casi todo el mundo tiene incorporado o desarrollado su propio sistema de valores profundo, sólido y casi inmutable, que le va guiando, bien o mal, hacia el éxito o el fracaso, de un modo aparentemente inexorable. Todos lo percibimos y todos portamos el nuestro, y con él vadeamos corrientes, escalamos cimas y nos hundimos en ciénagas... Igual que recibimos una herencia genética casi inmutable, parecemos heredar unos principios morales, un sentido de la vida, de la riquezas, las relaciones humanas, el amor y el dolor, el destino o la fe. ¿ De quién o cuándo o dónde los recibimos, cómo se incrustan en nuestras mentes y nos modelan tan profundamente?
Caminaba yo hace unos días detrás de una abuela acompañada de dos muchachitos, seguramente nietos suyos, a los que, parecía aleccionar sobre algún asunto. Como el viento soplaba a mi favor, percibí algunas frases que eran consejos y explicaciones simples pero eficaces para algunas situaciones familiares comunes... y de pronto, recordé a mi propio abuelo, ese abuelo que casi todo el mundo ha tenido o tiene y con el que nos unen recuerdos de amor y feliz complicidad, ese abuelo que siempre tenía a mano una frase de aliento o cariñoso reproche y que pacientemente nos explicaba los misterios que nuestra mente infantil iba descubriendo. Y creo que una buena parte de nuestro modo de ser , de pensar, el modo básico con que nuestra mente de adultos se dirige al mundo tiene bastante que ver con lo que abuelos, padres, familia, sembraron entonces. No fue el teorema de Pitágoras ni las ecuaciones diferenciales, solo fueron unos primeros esbozos de una forma de ser y actuar, media docena, tal vez, de reglas básicas de conducta, que siguen empotradas en el fondo del alma , los cimientos mismos del edificio que luego llegaremos a ser. Igual que el patito considera y sigue como a su madre al primer ser animado que percibe al nacer , nosotros seguimos fielmente a los que fueron nuestra familia , los que guiaron nuestros primeros pasos, nos dieron los primeros biberones y nos enseñaron a hablar. Y esa es la educación básica, indeleble, sobre la que penosamente construiremos el resto. Si el cimiento es bueno, el edifico lo será. Si es débil, fracasará con facilidad. Probablemente, la educación tiene ahí sus momentos críticos, cuando la familia es la educadora. El resto, queramos o no, dependerá de ella.