La indeterminación de lo cuántico, cuando se traslada al mundo macroscópico produce, cuando menos, perplejidad. Y esta perplejidad empieza a producir, como efecto colateral, algunos movimientos singulares en las explicaciones del mundo y sus raíces más profundas. Uno de estos días oía un comentario en el que se decía que, uno más, el emprendedor Elon Musk se adhería a la opinión creciente de que el universo es algo parecido a un holograma. Y es que el salto de lo micro a lo macro deviene en un abismo en el que se estrellan muchas de nuestras seguridades. Pensando en ello estos días, y puesto a opinar, a mi escala, me planteo que , una vez admitida la existencia de la libertad humana, el mundo macroscópico deberá presentar un aspecto general de orden bien establecido, dentro del cual se producen los fenómenos física habituales, siguiendo una leyes inquebrantables y establecidas con exactitud matemática. Estas leyes se cumplen obedeciendo, a la vez, las libres decisiones de los seres humanos. Si el mundo cuántico estuviera sujeto a la misma ordenación física, con leyes parecidas a las del mundo macro, el universo sería determinista, y nada podría producirse fuera del campo de acción de las susodichas leyes. Si sujeto un peso en mi mano, la ley de gravedad dicta que, si la abro, debe caer, siempre, con una aceleración g=9.8 m/s2. En un mundo determinista, nada podrá evitar lo que ocurra a continuación, si, según esas mismas leyes, un electrón está, en ese momento, llegando a la sinapsis que determina, sin posibilidad de error, que mi mano va a recibir la orden de abrirse. Pero la cuántica nos dice que , en su nivel, algo ocurre cuando interfiere en él la mera presencia o la acción de un observador. Es el acto libre del observador el que perturba la acción previsible, la que determina que el peso caiga o se mantenga en mi mano. Ergo, por lo tanto, como dirían los latinos, lo micro está pendiente de lo que decida algo ajeno a él y, por ello, deberá permanecer abierto, indeterminado, inconcluso y hasta expectante para actuar en consecuencia. Así considerado, el mundo cuántico representaría el sustrato, las condiciones previas, necesarias para que las actuaciones del observador tengan una respuesta acorde con las leyes físicas inviolables de lo macro. Por ello deberá ser, esencialmente, indeterminado. Un mundo cuántico determinado, legislado según nuestra visión física, impediría la libre decisión, la libertad humana. Por eso debe ser como es. Un estado y lugar donde las leyes no son las mismas, donde un objeto puede caer o no caer, hasta que el observador decida... El cosmos se parece a esa tienda de tornillería llena de innumerables cajitas , posibilidades, cada una con una clase de tornillo. El comprador, o no comprador, libre, llega al mostrador y pide, o solo saluda y se va, un tornillo de métrica 6, longitud 20mm y cabeza hexagonal. Solo cuando se determina el pedido, el vendedor hará aparecer sobre la mesa el tornillo deseado. Se haga como se haga, a mano o con robot, la acción precisa de tres elementos: el vendedor, el cliente y la profusa, difusa y aparentemente confusa ( cuántica) tornillería en los armarios... Si no existiera cualquiera de ellos, no tendríamos un libre mercado, donde ir o no ir libremente a comprar o no comprar un simple tornillo, o varios, o ninguno. Y la clave está en la palabra libremente. Volviendo al inicio, hasta Elon, ingeniero, se está dando cuenta de que ocurren hechos extraños. Y hasta es probable que, más pronto que tarde, descubra quién es él en este escenario, y qué o quiénes son los otros dos elementos. Y descubra que, en el aparente desorden de las estanterías de una tornillería, hay un orden, el que ponen, precisamente, la mente y la mano del vendedor, el dueño de la tienda: Dios.