Hace un par de años, una noche de verano sin luna , en casa de un amigo, tuve ocasión de probar un telescopio recién adquirido, un telescopio reflector de cierta potencia que, siendo la casa de campo, montaron para mí en una terraza anexa al tejado. Siempre me ha gustado observar directamente esos objetos astronómicos que vemos cada día en libros, revistas y pantallas, donde nos maravillan por su colorido y esplendor. Los telescopios de aficionados actuales se parecen muy poco o casi nada a los que obligaban a hacer un seguimiento manual, y en los que la imagen tenía en general una fuerte tendencia a desplazarse y vibrar por su cuenta. Este, al contrario, bastando nombrar el objeto, lo buscaba directamente, lo mostraba y lo seguía, con toda fidelidad… Era noche cerrada, sin luna y, por suerte, Júpiter brillaba dominando el panorama, con su cohorte de grandes lunas en su entorno. Pasé un rato estupendo admirando, me encantan, algunas estrellas dobles de la vecindad ( Mizar, Albireo…), pero la decepción subió grados y grados cuando empecé a buscar galaxias. Nada parecido a las rutilantes imágenes en papel o en tecnología punta. Apenas una mancha blanco grisácea apuntando en el fondo oscuro, a veces lechoso…. ¿ Dónde estaba la galaxia M… y la M… que imaginaba , eso era todo ?. Sí , eso es todo. La realidad es que la tecnología nos está dando una imagen del universo que está muy lejos de la que se ve a simple vista o incluso con aparatos de cierta potencia. La lejanía de las galaxias hace que la luz, los fotones que llegan, sean pocos , relativamente, por metro cuadrado, de forma que, de hecho, resultan invisibles a ojo desnudo o con diámetros pequeños, por ejemplo menores de 100mm. El universo es en sí mismo oscuro y lejano, salvo los elementos cercanos, de nuestra propia galaxia. Esto lo entenderán bien quienes, con unos prismáticos corrientes, de 10X, han observado, en noches claras y sin luna, la misma Andrómeda, la galaxia gigante del vecindario. Y es que los libros y pantallas no nos presentan el universo real, como lo ven nuestros ojos, sino como lo ven nuestras máquinas, cuyas pupilas miden hasta diez metros de diámetro y cuya sensibilidad a la luz es millones de veces mayor que la nuestra, o que son capaces de almacenarla y sumarla durante hora, a veces cientos, hasta conformar una imagen digna de admiración. Por eso cualquier Júpiter de nuestros libros es mucho mayor y más luminoso que el que esa noche admiré en directo ( entonces aún no había llegado la nave Juno a sus cercanías) , y las galaxias impresas tienen todas hermosos colores obtenidos de cálculos y sensores que apenas podemos imaginar. En resumen, lo real es esplendoroso pero suele estar fuera de nuestro alcance cuando solo disponemos de nuestra biología. Es la Tecnología la que nos permite observarlo en toda su grandeza. A pesar de todo, una cosa tan simple como tumbarse en la hierba en una noche de verano sin luna, con la Vía Láctea girando amenazadora sobre nosotros, sigue siendo el mayor espectáculo del mundo , y el que mejor nos coloca en nuestra verdadera dimensión, la de los posibles únicos seres de ese universo inmenso , capaces de preguntarse a sí mismos por el Autor de tales maravillas.