El superprofesor es súper casi en el mismo sentido con el que nos referimos a un supermercado; no solo sabe de todo sino que sabe de más cosas que todos y más que nadie de cada una de ellas. A consecuencia de ello, se le puede preguntar sobre todo o casi todo, pero es probable que, si no le parecemos suficientemente interesantes, inteligentes o importantes, ni siquiera nos responda. Es alguien que ya el primer día que imparte clase a un desdichado grupo de veinte o treinta muchachos de catorce o quince años que solo saben que inglés es una asignatura, se dedica a informarles sobre la forma pasiva de los verbos en inglés... o el otro que, en el examen final, a tus catorce años, te pide que demuestres que, dado un número entero x, no primo, existe al menos un par de números reales y primos tales que, etc etc. como si uno fuera pariente próximo de Gauss o Euler, como me decía yo en alguna ocasión , mientras pensaba rápidamente cómo salir vivo del intento. Estos temibles superprofesores, suelen pertenecer al grupo de recién llegados a la docencia, a veces solo son docentes provisionales o accidentales, que confunden enseñar con demostrar sus saberes. Recuerdo uno cuya clase consistía en entrar, saludar con un borroso buenos días, borrar lo que hubiera en el encerado y rellenarlo, sesenta minutos sin comentario ni pausa, de los supuestos nuevos contenidos. Y no éramos precisamente un grupo de sordomudos… Suelen curar con el tiempo, pero mientras dura el síndrome, sus alumnos deben adaptarse a él como buenamente puedan...En el caso del inglés, real, se solucionó al momento, gracias a la denuncia de un profesor testigo del incidente, pero es que el segundo caso, demostrar que, sospecho por experiencia propia que es más frecuente de lo que parecería... En resumen, si es que en este asunto cabe hacer un resumen, el alumno vive en la zozobra de, por una parte, no entender lo que se le dice o no se le dice y solo se escribe, o no se entiende por pertenecer a un par de cursos superiores o, por otra, la angustiosa ignorancia de sobre qué va a versar la prueba correspondiente. Por añadir una experiencia personal , recuerdo un caso flagrante ocurrido al hijo de un amigo, que apareció una tarde por su casa con una lista de verbos irregulares, (en el idioma español son especialmente complicados ), cuando en su nivel solo debían estudiar los verbos regulares... Como el padre trabajaba en la enseñanza y a un nivel de gestión no precisamente bajo, acudió raudo a informarse del asunto. La respuesta de aquel superprofesor fue sencilla: "Me gusta que mis alumnos sepan más que los demás y por eso les añado temas de otros cursos...". Aprovechando la ocasión, se pensó en enviarle a perfeccionar sus conocimientos sobre Pedagogía, aunque solo quedó en un aviso. Claro que también existen, más bien pocos, solo alguno, infra en vez de súper... En otra ocasión uno de mis hijos apareció por casa sumando quebrados por la vía rápida: se suman los numeradores y se suman los denominadores: un quinto más dos tercios es igual a tres octavos. Punto. Alarmado, llamé al padre de un compañero de la clase y le pedí que investigara cómo lo hacía su hijo. A los pocos minutos, me llamó y me dijo: Lo hace igual. No logramos patentar la fórmula, pero al menos descubrimos que el profesor no era precisamente competente. Pero hoy nos dedicamos a los súper. El gran problema suele ser que no se respeta el currículo, el programa que corresponde a cada nivel, nivel adaptado al desarrollo del alumno según su edad. A veces se puede llegar a oír, en niveles básicos o medios, citar nada menos que la libertad de cátedra, para poder justificar lo que algunos, que se suponen máxima autoridad en la materia, juzguen oportuno. Sin embargo, los programas oficialmente aprobados suelen ser bastante explícitos, sobre todo en niveles elementales o básicos. Si el alumno debe aprender a dividir sin decimales, eso es lo que debe aprender; si debe distinguir las formas verbales regulares, dejemos las irregulares para el siguiente curso; si debe saber qué es un vertebrado, eso es lo que debe quedarle claro. Estos aspectos son especialmente sensibles en los estudios profesionales, donde los alumnos deben adquirir competencias profesionales bien definidas y donde un mal aprendizaje puede tener consecuencias graves. Si un alumno debe aprender soldadura eléctrica con electrodo, manualmente, eso es precisamente lo que se le debe pedir que demuestre saber antes de concederle su titulación. Y si debe poder manejar un torno, el enseñante debe ceñirse a ello y controlar que lo logra. Lo que no es óbice para que, en cualquier caso, y en el desarrollo del curso, se amplíe la información con conocimientos y datos que ensanchen el campo de visión e ideas del alumno, pero siempre dejando claro, qué es lo esencial y qué lo complementario y no obligatorio, cuáles son los conocimientos que debe asumir, alcanzar y probar y cuáles suponen un enriquecimiento deseable, a veces bonito, pero en ningún caso, obligado. Estos asuntos, que aquí tratamos referidos sobre todo a niveles de enseñanza obligatoria, no universitarios, pueden también encontrarse más adelante, aunque por su naturaleza, no es posible utilizar los mismos criterios simplificadores. En todo caso, para un alumno con un buen profesor, superar las pruebas debería ser relativamente sencillo, pues la teoría que ayuda a resolver cualquier tipo de problemas pertenecerá al currículo y programa del curso, y el alumno habrá recibido toda, insisto, toda, la información necesaria. Además, curiosamente, casi cualquier tema, dejando por ahora a un lado la cuántica, una vez comprendido, suele ser sencillo. Ese es el camino. Lo malo del superprofesor es que lo preguntará un curso antes y, solo tal vez, para probar sus poco valoradas dotes matemáticas o de cualquier otra materia. Finalicemos: pasados los años, ¿ cuántos de los que se han, nos hemos, dedicado a la docencia, han o hemos de reconocer que en algún momento nos hemos comportado como auténticos superprofesores ?